Cuando abrí la bolsa y vi que estaba llena de billetes, no podía creerlo. Nos habíamos mudado hacía apenas tres semanas y, en ese corto tiempo, habíamos entablado una relación muy bonita con nuestra vecina de enfrente. Era una señora mayor, pequeñita y encantadora. Siempre fue muy amable con nosotras, así que me sorprendió enormemente enterarme de que, en sus últimas voluntades, quería donar una gran suma de dinero a Vox.
Y ahí empezó el dilema: ¿cumplir con el deseo de una persona a la que tenía tanto cariño, aunque eso chocara directamente con mis ideales? ¿O actuar de acuerdo con mi conciencia y hacer algo con ese dinero que, a mi juicio, beneficiara realmente a la sociedad?
Entiendo que cada persona tiene sus propias ideas políticas, y más aún las generaciones mayores, que han crecido en épocas con menos apertura y diversidad. No la juzgaría por eso. Pero también creo que una gran cantidad de dinero en manos equivocadas puede causar más daño que beneficio. Vox, desde mi punto de vista, es un partido que ha demostrado repetidamente estar en contra de derechos fundamentales: ha negado la violencia de género, ha atacado a la comunidad LGTBI+, ha mostrado actitudes xenófobas y su discurso no representa el bien común, sino la exclusión.
No me parecería ético usar ese dinero para beneficio propio. Ni siquiera me sentiría cómoda simplemente guardándolo. Lo más correcto sería redirigirlo a una causa verdaderamente constructiva, algo que aportara un valor real a la sociedad. Me debatí entre varias opciones: donarlo a la ciencia, a una ONG o incluso entregarlo a la policía. Pero finalmente creo que lo más sensato sería usar ese dinero para ayudar, tal vez a través de asociaciones benéficas o proyectos de investigación. Algo que contribuya al bien colectivo.
Quizás, en el fondo, eso era lo que mi vecina deseaba. Tal vez pensaba que Vox era el canal para lograr un cambio positivo, y si es así, puedo entender su intención, aunque no comparta el medio. Por eso, en vez de seguir ciegamente su voluntad, preferiría reinterpretarla: no es una traición, sino una forma de asegurarme de que su dinero no acabe promoviendo ideas contrarias al respeto, la igualdad y la justicia social.
En definitiva, me costaría mucho tomar esta decisión, pero creo que hay veces en las que hay que actuar con firmeza y conciencia. El cariño que le tenía no desaparecería por no seguir su voluntad al pie de la letra. Al contrario: honrar su memoria también es cuidar del mundo en el que vivimos. Y eso, al final, es lo que verdaderamente importa.