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sábado, 20 de abril de 2024

¡Como quema!

Yo no soy una persona a la que le apasiona viajar. Pocas veces me intereso por el turismo y poco me importan los eventos culturales y los sitios emblemáticos de los lugares a los que voy. De hecho, disfruto mucho más unas vacaciones tranquilas que esas vacaciones de “aprovechar el d­ía” que tanto odio. Dicho esto, tampoco me malinterpretéis. Obviamente me gusta la idea de irme de vacaciones con mi familia o amigos, lo que ocurre es que disfruto mucho más vivir momentos los cuales voy a recordar toda mi vida, que caminar durante todo el día para ver tres iglesias y la estatua de un señor de hace 500 años que no conozco.


De esta forma, puedo decir que el viaje que más he disfrutado en toda mi vida es el viaje a Santorini que hice unos 6 años atrás con mi familia. Como podéis intuir poca cosa vimos y visitamos en ese viaje. Sin embargo, conservo miles de anécdotas que nunca voy a olvidar. Recuerdo momentos, olores, pensamientos y hasta comentarios desafortunados de mi abuela que es mejor que no los cuente. Uno de los momentos que con más cariño guardo en mi memoria fue la subida al volcán de Santorini con toda mi familia.  


Así a primeras puede no parecer gran cosa, un paseo por un monte que explotó hace miles de años no es para tanto. Sin embargo, todo cambió en el momento en el que mi tía tuvo la gran idea de que era mucho mejor subir el volcán con cangrejeras. De esta forma, toda mi familia, menos mi madre porque ella sabía que era una mala idea desde el principio, fuimos a un bazar a regatear el precio de unas cangrejeras y empezamos la subida. Hasta aquí no parece gran cosa, pero el problema es que ese día hacía unos 40 grados y esas cangrejeras tenían una calidad un poco dudosa. 


Entonces, ahí íbamos, mi tía, mi prima, mi abuela, todos con las cangrejeras. De repente, empezamos a notar que algo no andaba bien y es que el plástico de las cangrejeras se nos estaba derritiendo en los pies y eso abrasaba. Entonces, no tuvimos otra que quitarnos esos zapatos asesinos y bajar todos descalzos por el volcán. Íbamos saltando de roca en roca, gritando (el suelo ardí­a), los turista no paraban de mirarnos pensando que éramos unos psicópatas que se habían escapado del manicomio y, como no, todos íbamos riéndonos hasta el punto de ahogarnos ante tan surrealista escena.


Sinceramente es algo que nunca voy a olvidar. A primera escucha, puede ser algo bastante horrible y nada apetecible. No obstante, para mi fue un momento muy gracioso y bonito que creo que define perfectamente a mi familia.


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