nostalgia agridulce

Es muy habitual que la gente me encuentre hablando de cosas de hace años y siento que a veces soy un poco pesada con este tema, pero no puedo parar. Me apasiona hablar de las cosas de antes, porque las recuerdo como si fueran mágicas. 

Uno de mis temas de conversación favoritos son los programas de televisión que veíamos cuando éramos pequeños. Llegábamos de clase después de tomarnos la merienda, sin preocupaciones, y encendíamos Clan, Boing o Disney Channel. Eso era felicidad. Ahora hablo con nostalgia y tristeza de series como las Winx, Jessie, Los Rugrats, Phineas y Ferb, Shake It Up, La banda del patio, Lazy Town y de muchas más que nos hicieron pasar momentos increíbles. Entonces no lo sabíamos, pero fueron los mejores años.

Pero no solo se trata de unas pocas series; se trata también de ilusión. Noto en niños y niñas de primaria el entusiasmo por crecer, por llegar a casa o jugar con amigos… cosas simples, cosas de pequeños. Daría mucho por revivir eso algún día. Las horas incontables que nos hemos pasado jugando en la “plaza de los leones” (Jado), lo que hemos disfrutado con un trozo de plastilina, el viaje de todos los domingos al videoclub ya cerrado o las volteretas que pegábamos sin importarnos nada más que no hacernos rasponazos en las rodillas no tienen precio. Y lo triste es que no lo valoramos en el momento, que es algo de lo que nos damos cuenta cuando crecemos y estamos viviendo lo que creemos que es peor. 

Lo mismo pensaremos dentro de 20 años, cuando nuestros problemas sean algo más grande que el saber si hemos pencado o no un examen que entonces no valdrá nada. Sea lo que sea lo que esté haciendo, siempre disfrutaré hablando y recordando la música que escuchaba de pequeña, las series que veía, aquella rutina “insufrible” que tenía. Incluso si eso me trae un sentimiento de nostalgia agridulce.