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sábado, 29 de octubre de 2022

Amistades de aeropuerto (Parte 1)


Este verano he tenido la suerte de viajar a Niza, una pequeña ciudad en el sur de Francia, con el objetivo de mejorar mi francés. Evidentemente, para llegar hasta allí era necesario que fuese en avión y lo peor de todo era que lo tenía que coger desde Francia, porque de no ser así tendría que rellenar una tonelada de papeles al ser un viaje internacional. Por ello, finalmente mi madre compró el pasaje a Niza desde Biarritz.


Cabe mencionar que mi nivel de francés entonces era relativamente pésimo y claro, olvidábamos que los franceses no es que suelan ser muy ilustrados en todo lo relacionado con idiomas extranjeros. Bueno, el caso es que me encontraba en un aeropuerto extranjero que a pesar de encontrarse a 20 minutos de la frontera con España no tenía un cartel en español.


Tras 10 minutos de desesperación y de hacer mis traducciones de inglés, conseguí descubrir donde estaba el control de seguridad. Llegué al mismo y una señora con cara de mala uva me dijo algo que me fue incomprensible. Mi reacción a todo esto fue sonreír mientras la señora me repetía “allez allez''. Entonces yo con mi limitado francés le expliqué que no la había entendido y ella al ver que no la entendía, le dijo a su amiga con tono de cansancio “une autre con”, es decir, otro gilipollas; eso sí lo entendí pero hice caso omiso. El  caso es que apareció una madre que de inglés o español nada, pero que en euskera me hizo la traducción y que ojala le vaya bien porque me salvó de la más absoluta humillación.


Ella me orientó un poco, me fui a mi puerta y tras despedirme, me percaté de que no nos habíamos presentado. Pues bien, allí estaba yo sentado entre gabachos y  se me ocurrió que qué mejor idea que llamar a una amiga que se iba de viaje a Orleans y estaba en el aeropuerto de Madrid. No negaré que personalmente soy una persona que suele hablar un pelín alto hasta en España, lo cual unido a que estaba con auriculares, hizo que mi conversación fuese una conversación a gritos a ojo de los franceses. No fui consciente de que estaba hablando alto hasta que levanté la cabeza del móvil solo para encontrarme que medio aeropuerto me estaba mirando como si estuviera loco perdido.


Doy gracias por haber hecho eso porque fue así como se me acercó Mei, una donostiarra que iba a coger el mismo avión que yo. Tras pasarnos una hora hablando en el aeropuerto, conseguimos sentarnos juntos en el avión pidiendo a un señor que nos cambiase de sitio. Fue un vuelo de lo más entretenido y que lo diga yo que le tengo pavor a volar, es como mínimo impresionante.


Según llegamos a Niza, aparte de hablar de quedar mientras estábamos en la ciudad, nos dimos buena suerte, porque no negaré que ambos estábamos completamente aterrorizados con el panorama de conocer a las familias con las que pasaríamos las próximas tres semanas de nuestras vidas. Y tras despedirnos, ella se montó en el coche de un completo desconocido y yo en el de otro.


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