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lunes, 4 de abril de 2022

Volando sola teniendo miedo a volar

A diferencia de la mayoría de personas de nuestra edad, no tengo un pueblo al lado de la esquina al que pueda ir todos los fines de semana. Mi “pueblo” (porque tampoco es que lo considere pueblo como tal) es Sanlúcar de Barrameda, Cádiz. A este sitio llevo yendo desde pequeña porque toda la familia de mi padre vive ahí o por los pueblos de al lado. Por ello, 1 vez al año me toca coger un par de aviones para poder ir allí y volver a Bilbao una vez se hayan acabado las vacaciones. ¿El problema? que me da miedo volar y que, al no tener relación con mi padre, me toca hacerlo sola. Es por eso que, después de esta introducción un tanto larga, me gustaría explicaros cómo es el proceso de volar en avión teniendo pánico a volar. 

Todo empieza haciendo la maleta. En este punto del proceso no me voy a enrollar mucho porque ya hice una entrada contándoos cómo se hace una maleta como Dios manda. Yéndonos al segundo paso, este se basa en pegarme una buena ducha para intentar quitarme por arte de magia los nervios que llevo acumulando las últimas 24h. De todas formas, como este paso no suele funcionar me toca salir de la ducha y prepararme para salir. 

El siguiente paso consistiría en subirme al coche y poner música a tope para intentar no pensar en lo que me espera en unas horas. Este paso no le suele gustar mucho a mi madre que es la que está conduciendo, pero hace un excepción porque es mejor lidiar con la música a tope que con su hija histérica hablando sin parar. 


Una vez llegamos al aeropuerto, lo primero que hacemos (porque no lo puedo hacer yo sola y me tiene que acompañar mi madre) es facturar la maleta. Una vez hecho esto, salimos fuera para que ama se fume un cigarro y yo me relaje un poco tomando el aire fresco (que no es mucho si me viene todo el humo del asqueroso cigarro). 


Ahora empieza una de las partes más difíciles del proceso, el control de seguridad. Bueno, antes de esto me he pegado la llorera del mes al tener que despedirme de mi madre pensando que ya no la voy a volver a ver (paranoias, lo sé). El caso, cuando llego al control de seguridad, repaso mil veces todas las cosas que me tengo que quitar y, aunque haya muchas que no me tenga que quitar, me las quito por si acaso. 


Una vez pasado el control, suelo ir directamente a la puerta de embarque (si esta se encuentra abierta) para asegurarme de que no pierdo el vuelo. A todo esto, todo el tiempo que transcurre desde que atravieso el control de seguridad hasta que me monto en el avión me gusta pasarlo hablando con alguien por teléfono, para distraerme. 


Ahora sí que sí, el momento más difícil de todo el proceso, subirse al avión y sentir cómo despega. En estos minutos pueden pasar 2 cosas. Una es que me puedo poner a llorar desconsoladamente de los nervios que tengo y del pánico que me da el hecho de sentir que dejamos de estar en el suelo. Por otro lado, la segunda cosa que puede pasar, y de las pocas veces que me vais a ver hablando con desconocidos por voluntad propia, es hablar con la persona de al lado y explicarle que tengo miedo a volar y que por favor me hable hasta que la dichosa lucecita del cinturón de seguridad se apague. Eso sí, una vez que la luz se apaga, no sé por qué, me relajo. 


Por último, y tras una hora y veinte de trayecto, por fin llegó a tierra firme donde me esperan mis tíos y mi abuela con los brazos abiertos. Este es el mejor momento y simplemente es por lo que paso por todo el proceso que os he contado anteriormente todos los años.


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