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domingo, 3 de abril de 2022

Coleccionista

Me considero una persona a la que le gusta guardar cosas. Cosas que, según muchos, carecen de valor, pero que por algún motivo yo encuentro realmente interesantes. No creáis ahora que tengo el síndrome de Diógenes. Soy completamente consciente de que no puedo guardar todo lo que tenga un mínimo de valor sentimental. Simplemente tiendo a guardar cosas que otros considerarían basura. 


Un claro ejemplo de esto son los tickets. Cuando voy a un museo, al cine con mis amigos, a alguna convención… siempre guardo los tickets como recuerdo. Es más, ha habido ocasiones en las que me he llegado a enfadar, pues en vez de darme el ticket como un papelito, me lo daban en forma de pulsera, que después me vería obligado a romper. Otro caso sería el de las cajas o bolsas en las que viene el merchandising que compro. Todavía conservo, después de dos años, el plastiquito donde venía metido el llavero de un grupo de música que me gusta. Es una tontería, pero no puedo evitar que me duela tirarlo.


Existen muchos motivos por los que decido guardar estas tonterías, pero el principal es que cuando los veo, consigo recordar aquel día con total vividez. Es como si a través de ellos pudiera viajar a aquel preciso instante, sin importar el tiempo que haya transcurrido. Por otro lado, parte de mi tiene la esperanza de que en algún momento, eso que no tiene ningún valor, pase a costar algo de dinero. Quizás haya un hombre que se dedique a comprar tickets ajenos, que sé yo, hay gente para todo.


En resumen, seguiré guardando todas estas pequeñas cosas, ya que no hacen ningún mal y a mi me hacen el día. Ahora bien, creo que ya va siendo hora de deshacerse de alguna que otra, porque me empiezo a quedar sin espacio y hay que dejar hueco para nuevas adquisiciones.

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