El Pueblo

 ¿Nunca habéis llegado a un lugar, habéis pasado allí 3 o 4 días y al tener que volver a casa habéis sentido un profundo rechazo a volver? Pues esto me pasa a mí con mi pueblo.

Su nombre es Tresabuela y es un pueblo extremadamente pequeño. No viven más de 10 personas durante todo el año. En verano su población aumenta, pero a no más de 40 personas. Como es de esperar, con tan pocos residentes, no tiene ni bar ni tiendas, tan solo hay casas. Está a 1050 m de altitud y es el último de un valle de 12 pueblos. Objetivamente, así planteado no parece que tenga ningún encanto ni que sea muy comprensible que a alguien le pueda gustar estar ahí,  sin embargo, tiene otros encantos algo más ocultos. 

En primer lugar destacaría la naturaleza que le rodea. Al ser el último pueblo y muy pequeño -literalmente son unas pocas casas en medio del monte-  en un momento te plantas en inmensos bosques y extensas praderas llenas de vida. Es un verdadero placer llegar a una campa y simplemente ver qué ocurre, pueden aparecer una manada de ciervos por el contorno de la montaña, un águila que se lanza a por su presa o un zorro que simplemente juguetea en una campa.

Por otro lado, me maravilla la simplicidad de la vida de allí y sus gentes. En pueblos como este, la prisa y el agobio de la ciudad desaparecen. Generalmente no tienes ningún plan aparente pero siempre surge alguno y de lo más variopintos. Puede ser desde ir a buscar unas cabras que se han ido por el monte a otro pueblo, hasta pasar la tarde arreglando las tejas de un tejado. Además, yo, como amante de los planes imprevistos soy de lo más feliz cuando me surge cualquiera de estos.

Los pueblos tienen una magia que aunque te la cuenten no eres capaz de comprender hasta que no lo vives en tus propias carnes. Por ello os invito a pasar un finde en algún pueblito así y a que os empapéis de su esencia, estoy seguro de que no os arrepentiréis.