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domingo, 19 de diciembre de 2021

Un viaje para recordar (2/4).- Skerries

Había cientos de chavales con mochilas de diferentes colores y en grupos con numerosos monitores que iban pidiendo los DNI, los billetes… Yo estaba muy perdido en ese momento, y por un segundo me arrepentí de haber querido ir, ya que sabía que al cabo de un rato me iba a tener que enfrentar a todo aquello yo solo. Aún así, no me quedaba otra opción. Tras unos minutos de espera y de localizar mi grupo y mi avión, me despedí de mis padres y me dirigí hacia el avión. Ahí empezaba una experiencia que sería inolvidable para mí.


El viaje hasta Dublín se me hizo eterno, había un montón de chavales que se conocían ya entre ellos y estuvieron casi todo el trayecto hablando, mientras que yo estaba solo al lado de la ventanilla con mis cascos. Recuerdo perfectamente la primera persona con la que hablé después de haber salido de Santander. Estábamos recogiendo las maletas, y mientras esperaba a la mía, se me acercó un chico y se puso a darme conversación sin conocerme de nada. En ese momento me pareció muy raro, ya que no me lo esperaba para nada, pero después lo pensé y dí gracias de que alguien me hablara, ya que seguramente se me hubiese hecho bastante difícil haberlo hecho por mi propia cuenta.


Tras estar un largo rato hablando, por desgracia, él tuvo que ir a otro pueblo diferente al mío, por lo que no lo he vuelto a ver desde que nos despedimos a la hora de coger los buses.

En ese momento volví a estar un poco desanimado, ya que a la única persona con la que había entablado conversación no la iba a volver a ver, por lo que estaba solo de nuevo. Cuando me tocó montarme en mi bus, me senté, me puse los cascos de nuevo, y empecé pensar en cómo sería la familia con la que me tocaría estar las siguientes 2 semanas. Estaba bastante nervioso, ya que eso era una lotería y podía estar o muy agusto o pasar ese par de semanas horrorosas.


El pueblo al que me dirigía se llamaba Skerries, un pequeño pueblo costero del que no había oído hablar nunca, pero que es uno de los sitios más bonitos en los que he estado. Cuando llegué, estaba esperándome en su Mini granate Sarah, mi “madre irlandesa”. Desde el momento en el que empezamos a hablar, sabía que iba a estar contento, ya que era una persona muy amigable y que en todo momento buscaba que yo estuviera cómodo. Con ella estaba un perro, del que por desgracia no me acuerdo el nombre. Era un precioso galgo gris, el cual no paraba de corretear por el parque y que estaba obsesionado con su frisbee naranja. 


Todavía me quedaba ir a la casa y conocer al último integrante de la familia, Stan, un hombre sueco que había ido a vivir a Irlanda gracias a su mujer. No tuve la oportunidad de conocerle mucho, ya que al de un par de días tuvo que irse a Estocolmo a trabajar, pero lo poco que estuvo me trató muy bien y me hizo sentir uno más. Una vez llegué a la casa, sentí que iba a ser una gran experiencia por diversas razones...


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