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lunes, 20 de septiembre de 2021

¡Y cuánta razón tienes abuela!


Desde que tengo uso de razón, mi abuela ha sido un referente para mí. Al principio, era por cosas tan simples como por saber hacer el mejor pastel del mundo o porque me dejaba acostarme después de las 9. ¡Si mi madre se llega a enterar! Sin embargo, con el paso de los años, me di cuenta que es su manera de vivir lo que le hace realmente especial. Esa forma de mirar el mundo que solo ella sabe. Y os preguntaréis, ¿cómo lo ve? Lo cierto es que ella siempre ha pensado que ser feliz es la cosa más fácil del mundo. ¡Y cuánta razón tiene!

Uno de los motivos de su forma de pensar, se encuentra en sus orígenes. Pero, ¡no os penséis que la vida se lo ha puesto fácil! A los 14 años, empezó a trabajar fuera de casa, recogiendo el algodón y las aceitunas de los campos andaluces. En esos primeros años, fue cuando aprendió una de las claves: no quejarse y saber mirar con “ojos de suerte”, el colchón que compartía con sus cinco hermanos. 


Con 16 años, emigró al País Vasco en busca de un futuro mejor, pero sin haber completado primaria y con todos sus hermanos a su cargo, fue una difícil tarea. Sin embargo, siempre que podía, trabajaba para ganar algo de dinero. Una de esas veces fue trabajando en lo que conocemos vulgarmente como “chacha”, cocinando y cuidando los niños de la que años después, sería la madrina de mi madre. Con 22 años se casó con un apuesto joven también andaluz que conoció en un baile de Portugalete. Un año más tarde tuvo a mi madre. Desde entonces, su forma de ver la vida ha sido transmitida de generación en generación hasta llegar a mí. Y ésta no es otra cosa más que ser conscientes de que cada día hay infinitas situaciones que nos hacen realmente felices y solo es cuestión de saber apreciarlas.



Con el paso del tiempo, yo también he creado mi propia lista de cosas que me hacen sentir así. La mayoría son pequeños momentos improvisados. Por ejemplo, en mi caso sería despertarme con los rayos del sol que entran por la ventana, sacar a mi perra y simplemente verla correr, las escapadas de los domingos. Jugar a tenis, hacer surf o cualquier otro tipo de deporte. Visitar a mis primos y pasarme la tarde entera persiguiéndoles. Ver a mi abuela desesperada porque no entiende cómo enviar una foto por whatsapp. Dar un paseo por la playa, o simplemente pasarme horas y horas hablando sentada en un banco con mis amigas, mientras nos comemos unas pipas. 



Con todo esto, quiero decir que este concepto de felicidad no implica estar todo el rato eufórico. Sin embargo, sí saber apreciar los pequeños momentos de alegría o emoción que experimentamos a lo largo del día y saber disfrutarlos mientras ocurren. Así, una vez finalizado el día, serás capaz de decir que los disfrutaste mientras ocurrían y no solo al recordarlos.


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