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lunes, 11 de marzo de 2024

Beittu Ama, abioiak!

Con tan solo 5 años, esa era la frase que gritaba un niño cuando veía a los aviones de la legión  cóndor surcar los cielos. Los aviones despegaron desde Vitoria y entraron a Gernika por el norte. Desde la terraza de la tía Lucía en Mundaka se podía apreciar el desfile a la perfección.

 La inocencia de un niño que se emocionaba por el sonido y la grandeza de los aviones  fue destruida cuando vio a sus tías entre lagrimas llegando en bici por la carretera. Manchadas de sangre y gritando, llegaban grupos de personas anunciando lo que fue un brutal bombardeo y pidiendo ayuda. Ese suceso no solo mató a cientos de personas, también aniquiló la ilusión de un niño por pilotar un avión. Aquella pequeña criatura dejó de mirar al cielo para siempre y empezó a apreciar la grandeza del mar, para acabar dedicándose a la pesca por muchos años.

En 1935, nació la pequeña de tres hermanas en Pasajes de San Juan. Todas las mañanas se despertaban con una melodía muy característica, provocada por un despertador. Para cuando estalló la guerra, su madre enfermó de tifus. Con a penas un año, esta niña vio por última vez a su aita, el cual tuvo que irse a combatir, desde entonces no se supo más de él. Las tres hermanas, acompañadas por su madre, fueron llevadas en carromato a un campo de concentración. Ahí se tuvieron que despedir de su madre, pues los médicos tratarían de curarla.

La siguiente parada sería Beranga, un municipio ubicado entre Santoña y Santander. Ese pueblo sería testigo de la historia de las tres hermanas, las cuales se refugiaron ahí hasta que el viento de la guerra amainara. La crónica se resume en cómo una joven de 11 años tuvo que sacar adelante a sus hermanas de 7 y 2 años. Pasados los meses, la madre volvió, y con ella, la esperanza de sobrevivir.

Cuando la situación se calmó, la familia volvió a Pasajes de San Juan. Se encontraron con sus sabanas secándose en otra casa, pues los fascistas aprovecharon para robar de todo, incluso máquinas de coser. Curiosamente, un vecino de la familia, el cual tenía un buen trato con los alemanes y nacionales, tenía despensa para varios meses. Lo más curioso de la casa del vecino, era que todas las mañanas sonaba una melodía la cual les resultaba muy familiar a las hermanas.

Con el transcurso de los años, atracó un barco pesquero en frente de la casa de la hermana pequeña, curiosamente siendo navegado por un hombre con una extraña fobia a los aviones. El pescador a menudo recibió denuncias, lo cual le impedía navegar. Fue entonces cuando conoció a la mujer de su vida, con la que años mas tarde se casaría. La pareja, años mas tarde, se fue a vivir a Pamplona, pues al marido lo contrataron en una empresa de químicos. Él se llamaba Cesáreo, ella Pilar, y su nieto, Alonso. 

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