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martes, 1 de marzo de 2022

Donde haya mar.

El mar. Simplemente ya la palabra transmite calma. Nada como coger aire y llenarte los pulmones con aire fresco y salado. Nada como notarlo en la cara. Me da absolutamente igual en qué época del año, necesito de su presencia para sobrevivir unos meses más. Escuchar el rugido del mar bravo me da un tipo de energía que me cuesta describir. (De todas formas, estoy segura de que quienes compartís este amor por él, con sólo cerrar los ojos podéis sentirlo) Es el hipnótico movimiento de las olas, sumado al sonido y al viento lo que hace que puedas pasarte horas frente a él. 

Toda mi vida he veraneado en un pueblo costero, por lo que el mar ha estado presente en mi vida desde una temprana edad. Esto sumado a la colocación geográfica de Bilbao, que no queda lejos de la costa, y el mismo afán de ir a visitar el mar que también tienen mis padres, nunca me hubiera podido imaginar lo que sería vivir durante un tiempo lejos del mar. Sin embargo, hace unos años, mis padres decidieron hacer un viaje a Suiza durante el verano. Aprovechando que teníamos familia allí, la estancia no saldría muy cara, lo que significaba que podríamos visitar más sitios de los que haríamos si tuviéramos que pagar por hoteles a cada lugar al que fuésemos. Enamorados por el paisaje suizo, acabamos un mes entero recorriendo el país. 

No os voy a mentir. A pesar de disfrutar todos y cada uno de los lugares que vimos, (como no podía ser de otra manera) acabé el viaje desesperada por volver a escuchar mi sonido favorito. Es entonces, cuando me di cuenta de que existía la posibilidad de no vivir cerca de la costa, cuando me di cuenta de que el mar tenía que estar presente en mi vida. Quienes me conozcan mejor, sabrán que pocas cosas son las que tengo claras a estas alturas de mi vida, pero puedo decir con certeza que esto no va a cambiar.


Me gustaría cerrar esta entrada como si de una cápsula del tiempo se tratase. Ojalá pueda leer esto  dentro de unos años desde mi casita cerca del mar. Hasta entonces, me tendré que conformar con las visitas mensuales a cualquier playa de alrededor, sintiendo la brisa cargada de salitre, escuchando el graznido de las gaviotas y viendo jugar a los perros en la orilla. Compartiendo mi momento especial con quien haya querido sumarse o en soledad.


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