Todos conocemos a personas que “matan” por ver una buena película de miedo. Les fascina la tensión constante, los sustos inesperados (la mayoría de ellos todo lo contrario), esa sensación de que el corazón se te va a salir por la boca… No lo entiendo.
No entiendo ese afán que un gran número de personas tiene por esta clase de sensaciones. A priori no veo nada evidente que aporte que el ritmo cardíaco te vaya a mil por hora o que tus niveles de ansiedad aumenten considerablemente durante dos horas de película aproximadamente y de manera ininterrumpida. Personalmente y como habréis podido comprobar en escasas 3 líneas, no llevo nada bien este género de cine.
La pregunta es: ¿por qué? Pues sinceramente, no tengo respuesta. Podría deciros que fue por un trauma que desarrollé de pequeño viendo una peli y que desde entonces no he vuelto a ver una peli de miedo más, pero no sería cierto. Desde siempre he sido una persona reacia a estas películas, aunque realmente me pasa con cualquier tipo de contenido audiovisual que tenga que ver con terror. No me explico por qué hay personas que disfrutan sufriendo cuando se supone que el objetivo de ver algo es divertirte, no pasar un mal rato.
Supongo que hay gente de todo tipo. Incluso igual el raro soy yo. Lo único que sé es que llevo sin ver una película o una serie de miedo “seria” desde que prácticamente tengo uso de razón, y hasta nuevo aviso pienso mantener esta ley seca todo lo posible. Pensaréis que estoy perdiéndome una cantidad de obras cinematográficas espectaculares, pero no me da ni un poco de curiosidad, al menos de momento.
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