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sábado, 22 de enero de 2022

Mi codo y yo

Poca gente tiene la suerte de decir que no ha tenido siquiera un esguince en su vida o que nunca ha tenido una contusión lo suficientemente grave como para decir que solo ha sido un golpe. Yo hasta hace un año era de eso afortunados, pero tras romperme el dedo meñique del pie derecho jugando a fútbol ya no puedo decir lo mismo.  De todas formas, no vengo a hablar de fisuras o lesiones, sino de una especie de trauma que tengo respecto a mi codo.

La relación que tengo con mi codo izquierdo es bastante extraña, como una especie de rechazo hacia él ya que con dos años aproximadamente se me salió por primera vez. Al parecer (esto contado por mi madre), entrando a un taxi, mi madre hizo un movimiento brusco conmigo en brazos y me dislocó el codo, así de simple. Y diréis, ¿cómo es posible que con dos años desarrollases un trauma si no tenías prácticamente conciencia?. Pues bien, como he dicho, fue la primera vez, luego me paso dos veces más, una con seis años (de la cual no me acuerdo muy bien) y otra con once/doce años. De esta última me acuerdo a la perfección.


Estaba en mi pueblo, en la piscina de la urbanización jugando con mis primos, era la hora de la merienda y mi madre me llamó para que saliese de la piscina a comerme el bocata. 

Al apoyarme en el bordillo para salir y estirar el brazo, de repente noté una falta de fuerza y me caí a la piscina. No sentí un dolor repentino pero, al salir, vi como un bulto de un tamaño considerable se asomaba a la altura del codo. Al darme cuenta intenté mover la articulación y me era imposible. Me empecé a asustar y mi madre vino a todo correr con cara de terror. Inmediatamente cogimos un taxi y fuimos al hospital más cercano.


A lo mejor pensáis que recolocar un codo tiene una complejidad excesiva, pero la verdad es que para el que sabe hacerlo no. Al llegar allí me atendieron enseguida y me hicieron pasar a una sala con un médico jovencito muy majo. Me hizo apoyar el brazo en una mesa con una luz apuntando al medio de la misma y me empezó a hablar: “¿Cómo te has hecho esto?”, “¿Cuántos años tienes?”...

Pues bien, en un movimiento preciso y brusco a la vez el médico me recolocó el codo sin miramientos.


Tras toda esta experiencia me quedó un cierto miedo a que se me volviese a salir. Desde ese preciso momento se me metió en la cabeza la idea de que tengo el codo izquierdo más débil que el derecho, y es algo que conservo hasta día de hoy.


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