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sábado, 6 de noviembre de 2021

Jugar

Últimamente he visto que a la mayoría de la gente de mi edad no le gusta jugar. Por ejemplo,  el año pasado teníamos gimnasia a segunda hora, e Iru nos daba la posibilidad de hacer lo que quisiéramos. Y va la gente y  decidía pasarse la hora entera sentada en un banco con el móvil. De verdad intento comprenderlos, pero me resulta imposible. Con las infinitas cosas que podemos hacer, deciden quedarse quietos mirando una pantalla, mientras se les congela el culo por estar sentados. De verdad que mi intención no es criticar a nadie, ni obligarles a jugar a campo quemado si no quieren, pero es algo que me resulta curioso. Por ello, me pregunto cuándo jugar les dejo de parecer la mejor de las opciones. 


Quizás yo al haber sido desde pequeña una persona motivada y movida, siempre he disfrutado inmensamente de jugar. Al ser hija única no siempre tenía alguien de mi edad con quien poder hacerlo, así que al llegar al parque iba preguntando a todo el mundo a ver quién se unía a mi. Y así, sin ningún tipo de vergüenza, les organizaba en equipos, rifábamos y me pasaba horas y horas sin parar. Con el tiempo, también me he dado cuenta, que llevarme a los columpios tenía que ser una gozada para mis padres; sabía pasármelo pipa yo sola y encima acaba reventada, así que sin cuento ni nada me quedaba frita.


Pues resulta que hace unos meses tuve la comunión de mi primo pequeño y los “mayores” de unos 12-13 años ya no querían jugar. Yo no podía creer esta situación. Desde siempre, en mi familia, ha sido tradición que cuando uno de nosotros hace la primera comunión, ese día, competimos todos los primos frente a los niños de otras comuniones. Así que  traté de convencerles aunque fue en vano. El caso es que aunque estaba indignada, decidí organizarlo yo. Hablé con Juan, otro niño que hacía la comunión, y le pregunté si echaba un polis y cacos. Al principio, creo que le asuste, no sé si fue porque le sacaba 7 años o porque no le soné muy convincente, pero conseguí que aceptara. No os voy a mentir, ganábamos todas las partidas y mi presencia se había convertido en algo que llamaban “pule”, al ser la más mayor. 


En definitiva, siento una pena enorme que jugar sea algo que se asocie a los niños, ya que es algo que disfruto enormemente. Además, la gente suele mirar con cierta pena y añoranza su infancia. Por ello, me pregunto por qué dejamos de hacer algo que disfrutamos tanto.


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