domingo, 26 de octubre de 2025

Mi vecina muerta

Mi pareja y yo acabábamos de mudarnos. En nuestro piso solo había dos puertas: la nuestra y la de una vecina mayor. La conocimos durante la mudanza. Cuando llegamos el primer dia con todas las cajas, ella apareció con una sonrisa y un plato de galletas “para endulzar el esfuerzo”. Era encantadora, de esas personas que te hacen un dia malo un poco menos malo.

Con el tiempo, ella y yo nos volvimos muy cercanas. Charlábamos  en el pasillo, en el ascensor, por las mañanas, por las tardes… Un día hasta me contó que su difunto esposo había muerto ese mismo año, pocos meses antes de mudarnos al piso. Decía que fue lo más duro que había vivido, verlo desaparecer poco a poco sin poder hacer nada; primero fue perdiéndose de las conversaciones, luego de los días, hasta que un amanecer simplemente no despertó. Aquella confesión me tocó más de lo que imaginé. 

Semanas después, mientras subía con una enorme bolsa que parecía pesada, insistí en acompañarla, me aburría y pensé que una conversación con ella me alegraría el dia. La bolsa pesaba demasiado. Apenas llegamos al ascensor, se llevó una mano al pecho y cayó. Llamé corriendo a una ambulancia, pero no consiguieron llegar a tiempo. Murió allí mismo, en mis brazos. 

Al de un rato, después de todo, se me ocurrió mirar dentro de la bolsa, y me dí con la sorpresa de que dentro había miles de billetes y un sobre con una carta que escribió, con sus últimas voluntades: quería donarlo todo a un partido político de ultraderecha, negacionista del cambio climático y opuesto a la igualdad de género.

Pasé días pensando en cómo una persona tan buena, tan amable y que tanto apreciaba, podía apoyar algo así, tan contrario a mis ideales. Al principio no sabía si respetar su deseo o seguir mis principios. Pero de repente, me vino algo a la cabeza que me resolvió todas las dudas. Finalmente doné el dinero, sí, pero a una fundación que investiga y apoya a los afectados por el Alzheimer. Pensé en su historia, en el amor que aún guardaba por su marido, el cual murió por esta enfermedad, y entendí que, aunque no cumplí su voluntad literal, sí honré su parte más humana y la que con más cariño recordaba y contaba.


Dinero de la vecina

 Hace tiempo me fui a vivir con mi pareja a una casa en un barrio tranquilo. Siempre me encontraba con esta señora, al fin y al cabo vivíamos puerta con puerta. Al principio solo intercambiábamos saludos, pero con el tiempo empezamos a hablar más. Un día me pidió que le acompañara al supermercado. Desde entonces, cada semana me esperaba con una sonrisa y una lista de compras escrita a mano.

Un día cualquiera me la encontré con una bolsa de cuero muy grande, parecía muy pesada, y como por lo que me había contado, no tenía a nadie que le ayudara, me presté para ello. Mientras la acompañaba al ascensor, de repente, le dio un ataque. Enseguida llamé a la ambulancia para que vinieran cuanto antes, y seguí las instrucciones que me iban indicando para realizar la RCP, pero no sirvió de nada ya que terminó muriendo.

Llamé a mi pareja para repartirnos el contenido de la bolsa ya que pesaba bastante, y al abrirla había muchísimos billetes y un sobre con sus últimas voluntades, las cuales eran donar todo a un partido político de ultraderecha , xenófobo , negacionista del cambio climático y contrario a denunciar la violencia de género. 

En ese momento se me planteó un profundo dilema moral…debía cumplir la última voluntad de mi vecina y entregar una enorme cantidad de dinero a un partido que representa a todas las ideas que yo detesto y contribuir, así, a la expansión de las mismas o podría, por el contrario, ignorar sus deseos y favorecer a aquellas causas de las que soy partidaria.

La verdad es que me llevo días ( y alguna noche en blanco) tomar la decisión sobre qué hacer. Decidí finalmente entregar el dinero al partido al que estaba destinado porque aunque no me gustara la idea, comprendí, por una parte, que aquel dinero no me pertenecía y, por otra, que sería inmoral ignorar la voluntad de su dueña. Para llegar a esa conclusión me ayudó mucho el hecho de ponerme en el lugar de mi vecina y en cómo se sentiría si supiera que su dinero no se destinaba a aquello en lo que ella creía y defendía. Además, dar otro destino a ese dinero hubiera ido en contra de mis propios principios y valores de dignidad y de respeto a los demás y por eso me hubiera generado una fuerte sensación de remordimiento. 



Mi vecina muerta

 

Hace tres años mi pareja y yo nos mudamos a un apartamento en el Casco Viejo. Pronto nos hicimos amigos de Ana, nuestra vecina de enfrente. Era una señora viuda, encantadora, bastante mayor que nosotros y muy activa. Compartíamos buenas conversaciones en el rellano de la escalera. 

El pasado fin de semana bajé con ella en el ascensor y la verdad es que me sorprendió lo cargada que iba. De hecho, recuerdo que me ofrecí a ayudarla con el peso, pero ella se negó en rotundo. Al llegar a la planta baja y salir del ascensor, empezó a tambalearse y se desvaneció. Al principio pensé que era por el peso que llevaba, pero no, le había dado un ataque fulminante. Nerviosísima, llamé al 112. Mientras tanto, intenté reanimarla pero enseguida me di cuenta de que no había nada que hacer. A su lado estaba la bolsa, que con el impacto se había abierto, y para mi sorpresa, vi que asomaban unos billetes de 500 euros. Enseguida llegó la ambulancia, después vino el forense y finalmente se la llevaron. Y ahí nos quedamos en el portal, la bolsa y yo. Sin pensarlo dos veces, cogí la bolsa y subí al apartamento.

Ya más tranquila, se lo conté a mí pareja y decidimos abrir la bolsa. Dentro había billetes de distintas cantidades de dinero y un sobre. Y lo abrimos. En el sobre había una carta que decía literalmente: "dono este dinero que en total asciende a 25.750 euros al partido de la ultraderecha española". Nos llamó mucho la atención que Ana fuera afín a este partido, un partido que apoya ideas xenófobas, negacionistas del cambio climático y contrarias a denunciar la violencia de género. Mi pareja y yo nos miramos, y no tardamos ni un segundo en mirarnos y decir que por nada del mundo íbamos a dar el dinero a ese partido, por mucho que no fuera nuestro y por mucho que implicara no respetar las últimas voluntades de nuestra vecina. También tuvimos claro que no nos lo íbamos a quedar nosotros. Después de un día entero hablando sobre este tema, decidimos que lo íbamos a donar a la Asociación española de enfermedades raras. Ana nos contó hace varios meses que un hijo suyo había muerto a los 8 años por un enfermedad para la que no se había investigado y pensamos que al donar su dinero a esta Asociación, ella también estaría de acuerdo.

Ayer por la noche le pregunté de nuevo a mi pareja si estaba seguro de la decisión que habíamos tomado. Porque desde luego yo estoy super convencida. Y él me dijo que también. Así que hoy, cuando salga de trabajar, iré feliz al local que tiene la Asociación española de enfermedades raras y les entregaré la bolsa, sin el sobre, por supuesto.



Mi vecina muerta

Hace una semana viví algo completamente surrealista. Mi vecina de enfrente, una señora mayor encantadora, que desde que me mudé me había ofrecido su ayuda, murió delante de mí. 

Aquella mañana la vi cargando con una bolsa enorme y, como siempre, me ofrecí a ayudarla. Mientras subíamos en el ascensor le dio un ataque y, sin que pudiera hacer nada, falleció en mis brazos. Me quedé en shock, sin saber cómo reaccionar. El instinto me hizo salir corriendo a buscar a mi marido (que estaba en casa).

Cuando volvimos, me fijé en la bolsa que estaba a su lado. Al abrirla descubrimos que contenía mucho dinero, literalmente una montaña de billetes, y junto a ellos un sobre con sus últimas voluntades. Dudé en si leerlo o no, pero finalmente lo hice. En la carta expresaba su deseo de donar todo ese dinero a un partido político de ultraderecha. Me quedé bloqueada y un escalofrío me recorrió todo el cuerpo. No podía creer que aquella mujer tan amable y cercana quisiera algo así.

Ahí empezó mi dilema moral. Por un lado, sentía que debía respetar su voluntad, porque fue buena conmigo, confió en mí y me hizo sentir acompañada en un momento clave de mí vida…. Pero por otro lado pensé, ¿cómo voy a ser yo la que vaya a cumplir una voluntad que va a financiar odio, exclusión y cosas que hacen daño a tanta gente? No puedo.  

Durante días no dormí pensando qué hacer. Estaba muy perdida y, tener una cantidad tan grande de dinero inesperado en mi casa, no ayudaba. Era muy tentador saber que con ese dinero podría pagar toda la reforma de mi nueva casa, ayudar a mis padres económicamente…y vivir tranquila el resto de mí vida. Aun así, era consciente de que no me pertenecía.

Finalmente, junto a mi marido, decidí donar la mayor parte del dinero a un laboratorio que investiga enfermedades pediátricas raras para que el dinero tuviera un fin comunitario. Y también, reservar una pequeña cantidad para terminar la reforma de nuestra nueva casa, que nos permitiría vivir más felices.

El dinero de mi vecina

Hace poco que nos hemos venido a vivir a un vecindario súper agradable y bonito, y encima me he hecho amiga de una señora mayor súper adorable y majísima. Un amor de persona. Sin embargo, el otro día estaba en el ascensor con ella y de repente le dio un ataque y murió ahí mismo. Me quedé de piedra, no sabía ni cómo reaccionar. Primero intenté ayudarla, para ver si había forma de que sobreviviera, pero nada. Y al cabo de un rato, cuando el momento de shock se me pasó, me di cuenta de que llevaba una bolsa, motivo por el cual había decidido ayudarla, pero con el agobio del momento ni me acordé.

De primeras no quería abrirla, ya que me parecía invadir un poco su privacidad, pero finalmente decidí hacerlo. Dentro de ella había muchísimos billetes y un sobre en el que estaban sus últimas voluntades: donar todo el dinero a un partido político de ultraderecha. En ese mismo momento me quedé impactada. No sabía qué hacer con el dinero, entendía que es importante respetar la última voluntad de alguien, pero hacerlo significaba ir en contra de mis propios principios y valores.

Estuve varios días dándole vueltas. Por un lado, me parecía injusto decidir por encima de alguien que ya no puede defender su decisión. Pero, por otro lado, ¿cómo iba a permitir que tanto dinero terminara financiando algo tan opuesto a lo que creo? Al final decidí que, me parecía imposible donar el dinero a algo que no apoyara el bien de los demás, era incapaz de dar dinero en algo que iba tan en contra de mis ideales.

Así que si, doné el dinero, pero a causas que promueven la igualdad, la ayuda a los mayores y la defensa del medio ambiente. Done todo el dinero a una ONG. No sé si hice lo correcto, pero me quedo con la conciencia tranquila sabiendo que el dinero sirvió para construir algo positivo, y no para alimentar el odio, donando dinero a un partido que defiende el machismo, la xenofobia, la homofobia y muchas otras cosas más.


Mi vecina muerta

Hace unos días conocí a mi vecina, una señora mayor encantadora y con la que mantuve charlas muy agradables, la verdad es que desde el primer momento conectamos y nos llevamos genial. Sin embargo, lo que ocurrió ayer fue desagradable, inesperado y triste.

Nada más despertarme, salí a comprar el pan y desde la puerta de mi piso vi a mi vecina esperando al ascensor con una bolsa de cuero gigante que pesaba mucho más que ella. Al ver el panorama, me acerqué rápidamente a echarle una mano para entrar en el ascensor, con una gran incertidumbre de lo que podía encontrarse dentro de la bolsa. Cuando entramos las dos, vi que le ocurría algo, no ponía buena cara y de repente...se desplomó al suelo. Yo, con el corazón en la garganta, llamé muy rápido a emergencias para que pudieran ayudarla. Al de apenas unos segundos llegamos al portal, y lo primero que hice fue sacar la bolsa para que no dificultase el paso a las personas que vendrían a ayudarla, aunque supuse que era demasiado tarde, ya que no daba señales de vida.

Al sacar la bolsa me dí cuanta de que llevaba una cantidad de dinero impresionante y al lado, un sobre el cual decía que todo ese dinero sería donado a la ultraderecha. Ahí fue cuando me dí cuenta de que en el momento en el que llegasen los médicos sería demasiado tarde y no tendría oportunidad de intervenir en su última voluntad. Puede resultar muy despiadado para algunos, pero al ver que esta señora pretendía donar tanto dinero a un partido tan injusto, extremista y autócrata, no pude evitar romper el sobre y guardarlo en mi bolso. Aunque fuese la última voluntad de una persona y fuese injusto no realizar lo que ella habría querido, es igual de injusto lo que pretenden estos partidos, como por ejemplo el que se opongan a denunciar la violencia de género, la cual hace tanto daño hoy en día.

Por último, teniendo en cuenta que, de haber seguido su plan, esa señora habría contribuido a un mal mayor, cuando llegaron los médicos declaré que ese dinero era mío. Por supuesto no lo invertiría en mí, sino que lo donaría a organizaciones como "Save The Children" o "Médicos Sin Fronteras", de modo que pudiera ayudar a tantos niños que se encuentran en condiciones pésimas y que tanto sufren actualmente. Así, ese dinero se convertiría en educación, alimento y atención médica, transformando algo que pudo ser injusto en un verdadero acto de ayuda.





Mi vecina muerta

Lo primero que se me ocurrió cuando leí el dilema fue que ojalá nunca me ocurra en la vida real algo del estilo, porque hasta este momento sigo sin tener muy claro que sería “lo correcto” para hacer. 

Mi primera opinión y la que he tenido durante casi toda la semana ha sido que yo donaría el dinero a la asociación a la cual la quería donarlo mi vecina. Mi reflexión ante esta manera de pensar, era que según mis valores cada uno tiene derecho a hacer lo que quiera con su dinero (aunque haya personas que no estén de acuerdo con tu opinión) y decir lo contrario, sería ir en contra de mis principios. También me he imaginado que pasaría si la situación fuera la contraria: imaginad que yo no tengo a nadie a quién entregar mi herencia, que me da un ataque, e iba a donar mi dinero a una asociación para la protección de víctimas de abuso sexual. Pero cuando muero, en lugar de cumplir mis deseos, mi vecina decide no donar mi dinero a donde yo quería sino a una asociación ultraderechista, porque es lo que va a favor de sus valores. Me parecería fatal, me parecería vergonzoso y caradura.


Aun así, siguiendo con la situación original, me imagino a mí misma yendo con la bolsa de dinero a la asociación ultraderechista y me parece imposible. No sería capaz de entrar por la puerta. Estaría pensando en todo lo bueno que podría hacer ese dinero en el mundo, y todo el mal que va a hacer en esa asociación. Me parece más práctico incinerar la bolsa con los billetes, que acercarla al edificio. No lo haría, no cumpliría el último deseo de la señora. No me importa que fuera amable, ni que hiciera buenos bizcochos, ni que tuviera un perro.


Haría un mal menor por un bien mayor. No soy una defensora total de esa frase, pero en esta situación no se me ocurre otra. Prefiero ir en contra de uno de mis valores en una situación muy concreta, que ir en contra de más de uno de mis valores, y hacer daño a personas vivas (a diferencia de mi vecina que está muerta). 


Por esto, yo no me quedaría el dinero para mi vida, tampoco lo llevaría a la policía o a una notaría porque allí, por ley, van a terminar cumpliendo los últimos deseos de mi vecina. Sino que haría una búsqueda en profundidad de qué problemas sociales hay en el mundo, y qué asociaciones fiables aceptarían esa cantidad de dinero. Y por último, después de encontrar una que se alinee con mis creencias, lo donarí­a a esa.


Mi vecina muerta

 No me gustan los dilemas, pero la vida siempre pone retos que no nos esperamos para nada… Resulta que hace unos meses mi pareja y yo nos mudamos a nuestro primer piso. Estábamos ilusionados, aunque el edificio era viejo y el ascensor sonaba como si se fuera a caer en cualquier momento. En el rellano solo había dos puertas, la nuestra y la de una vecina llamada Margarita. Desde el primer día fue un encanto, pues nos trajo una planta, y siempre tenía tiempo para conversar un rato.

Era una señora de esas que te hacen sentir en casa aunque apenas te conocen. A veces nos reíamos porque parecía tener más energía que nosotros. Pero un día la vi bajando las escaleras con una bolsa de cuero enorme, casi más grande que ella. Me ofrecí a ayudarla y subimos juntas en el ascensor. Margarita iba hablando de lo caro que estaba todo cuando de repente falleció. Intenté reanimarla, pero lamentablemente no pude hacer nada.

Al buscar su documentación para avisarle a alguien, encontré dentro de su bolsa miles de billetes y una carta. En esa misma carta decía que quería donar todo su dinero a un partido político de ultraderecha, xenófobo y negacionista del cambio climático. Me quedé helada, pues no podía creer que aquella mujer tan dulce pensara así.

Estuve días dándole vueltas... Al final decidí no cumplir su voluntad. Tal vez no era lo correcto, pero sí lo era para mi conciencia. Doné el dinero a una fundación que ayuda a personas sin hogar. Me gusta pensar que de alguna forma Margarita también habría querido eso… solo que no lo sabía todavía...

Mi vecina muerta

La situación que se me acaba de plantear es muy compleja, ahora tengo que decidir qué valor ético es superior, si cumplir la voluntad de alguien o decidir lo que está bien o mal para los demás.  Para empezar, me siento muy triste porque le había tomado mucho cariño a mi anciana vecina.  Mi primer impulso, como un acto de respeto hacia ella, es cumplir su voluntad, aunque no esté de acuerdo con las ideas del partido al que quiere donar su dinero. Por otra parte, también siento un fuerte deseo de quedarme con el dinero porque me vendría estupendamente para mi hipoteca, pero si lo hago me sentiría culpable toda mi vida y seguro que mi adorable vecinita me enviaría sus malas vibras.

Para esta situación creo que lo mejor es actuar de una manera más reflexiva y menos impulsiva sin dejarme llevar por las emociones inmediatas sino reflexionar sobre las opciones y sus resultados.

También he pensado en las consecuencias que podría tener cumplir con su voluntad e incluso si ese partido podría representar lo que ella pensaba realmente. Al final y después de darle muchas vueltas he decido buscar una asociación sin ánimo de lucro que emplee su dinero en una causa que ayude y sobre todo que acompañe a la gente que como ella se ha quedado sola en la vida, sin hijos ni familia que la cuide.  A pesar de que mi decisión implica no cumplir con la ultima voluntad de una persona,  me siento bien porque cuando me acuerde de mi vecina y de como presencié su muerte inmediatamente vendrá a mi cabeza la idea de que ayudó a gente como ella.    


Mi vecina muerta

Cuando nos mudamos al nuevo piso, nunca imaginé que en un rellano tan pequeño pudiera cambiar tanto mi vida. Solo había dos puertas: la nuestra y la de mi vecina, una señora mayor que siempre nos saludaba con una sonrisa amable. En medio del caos de cajas y muebles apareció ella, con su pelo canoso y su voz dulce, ofreciéndonos ayuda sin esperar nada a cambio.

Con el tiempo fuimos conociéndonos mejor. Vivía sola y aprovechaba cualquier encuentro en el ascensor o en el portal para charlar un rato con nosotros. Siempre decía que éramos como su familia, y que le alegraba tenernos tan cerca.

Una tarde la vi cargando una enorme bolsa de cuero, y me ofrecí a acompañarla hasta el ascensor. Me estaba contando lo que había hecho esa mañana cuando, de repente, se desplomó. La ambulancia llegó rápidamente, y yo me quedé ahí con sus cosas.

Cuando abrí la bolsa buscando su documentación, no encontré ni el DNI ni objetos personales importantes: solo había cientos de billetes y un sobre cerrado. Dentro, sus últimas voluntades. Quería que todo ese dinero fuera donado a un partido político de ideas que me repugnaban: ultraderecha, negacionista del cambio climático, intolerante. Un nudo me apretó la garganta.

Guardé el dinero en casa durante semanas, sin saber qué hacer. Por un lado, pensaba que debía respetar su última voluntad; por otro, no podía convencerme de apoyar a un partido que iba completamente en contra de todos mis valores. Tras mucho pensar, tomé una decisión: quedarme con el dinero. Al fin y al cabo, ella siempre nos había dicho que éramos como sus hijos y que quería lo mejor para nosotros. Tal vez, en el fondo, eso también era cumplir su deseo.


Mi vecina muerta

Nos acabábamos de mudar. En el rellano solo estaban mi puerta y la de ella, una señora mayor, dulce y encantadora. Desde el primer día me recibió con una sonrisa cálida, y sus consejos y su bondad hicieron que, poco a poco, se volviera parte de nuestra rutina. Cada tarde hablar con ella mientras tomábamos café, era un descanso de todo el tema de la mudanza.

Un día, la encontré cargando una bolsa de cuero enorme, demasiado pesada para su edad. Me ofrecí a ayudarla, y mientras la acompañaba al ascensor, un ataque repentino la derribó. Llamé a emergencias, pero ya no había nada que hacer. Recordé la bolsa, y mientras seguía aturdida decidí abrirla y descubrí fajos de billetes y un sobre con sus últimas voluntades: quería que todo ese dinero fuera donado a un partido político de ultraderecha, xenófobo, negacionista del cambio climático y contrario a la igualdad de género.

La mujer que conocí, que me transmitió bondad y generosidad, quería que su dinero sirviera para propagar todo lo contrario a mis principios. Ahora estaba frente a la decisión de cumplir su último deseo o hacer lo que yo creo que es correcto.

Después de pensarlo decidí que no iba a cumplir su testamento, pero tampoco me lo iba a quedar. Su herencia tenía un poder enorme. Así que decidí, entre muchas opciones, donar todo a ACNUR, una agencia de las Naciones Unidas que protege a las personas que han sido forzadas a huir de sus hogares debido a conflictos. Cada billete, que ella quiso que alimentara la intolerancia, ahora da refugio y esperanza a quienes más lo necesitan. Fue un acto con mucho significado. No seguí su última voluntad, pero actué con coherencia y pensando en los que lo necesitan. 

mi vecina muerta

 Nos acabábamos de mudar a un piso nuevo y en el rellano solo estaban nuestra puerta y la de una vecina. Al principio la saludaba de vez en cuando, pero con el tiempo me di cuenta de lo maja que era: simpática, cercana, siempre con una sonrisa. Empezamos a llevarnos bastante bien, y acabamos siendo muy cercanas.

Un día la vi cargando una bolsa de cuero enorme, súper pesada. Como sabía que no tenía a nadie para que la ayudara, me ofrecí a acompañarla en el ascensor. Y de repente, sufrió un ataque y murió delante mío. La bolsa que ella tenía en las manos se cayó al suelo, y me di cuenta de que estaba llena de dinero y un sobre. No sabía que hacer, así que cogí el sobre y vi que estaban escritas sus últimas voluntades: quería donarlo a un partido político de ultraderecha con ideas que no solo no comparto, sino que incluso me parecen dañinas e injustas.

Ahí me pilló el dilema. Cumplir su voluntad significaba que ese dinero iría a algo que considero malísimo, pero quedármelo sería muy egoísta de mi parte. Después de pensarlo un rato, decidí que lo mejor era usar ese dinero para algo bueno: ayudar a quien lo necesita, apoyar proyectos que realmente sirvan para mejorar cosas importantes…

Aunque no fuera lo que ella quería, no podía permitir que ese dinero fuera a parar a un partido así. Simplemente me negaba a formar parte de eso, y preferí darle un uso que realmente ayudara a alguien.


Mi vecina muerta

 El otro día estaba con mi vecina, a la cual quiero y aprecio mucho, en el ascensor. Le estaba ayudando a cargar una bolsa que pesaba una barbaridad, no voy a negar que tenia una curiosidad increíble por saber que llevaba, pero antes de preguntarle nada, ¡PUM! se desplomó, efectivamente le había dado un infarto yo no me podía creerme el panorama. Llame al 112 entre lágrimas y desesperada por ver en esa situación a mi amiga. 


Y ahí estaba yo esperando a la ambulancia y sin tener ni idea de primeros auxilios, entonces para enfocar mi nerviosismo en otra cosa decidí abrir la bolsa, y ahí entendí porque pesaba tanto, madre mía la cantidad de billetes que había ahí dentro, estos estaban acompañados de un sobre, el cual evidentemente abrí, esta señora no tenia ni familia ni amigos, era normal que la curiosidad se apoderase de mi. 


“Si venga” fue lo primero que pensé al abrir el sobre, el dinero iba a ser donado a un partido de ultraderecha cuya política rozaba la psicopatía. Mire a mi amiga y comprendí que de esa no salía, así que si la policía lo descubría ese dinero iba a ir directo al bolsillo de las personas más asquerosas de la sociedad. 


Lo tenia claro esto no se trataba de la última voluntad ni leches, que no hubiese sido tan tonta de elegir algo así, no voy a hacer feliz a alguien en su muerte y condicionar a todas las personas a las que afecta esas políticas tan egoístas. Tampoco me lo iba a quedar yo para mis caprichos, si me lo quedaba sería para donarlo a gente que lo necesita, pero no quería pensármelo tanto ni arriesgarme a que la policía me pillase, lo cual iba a ser muy probable cuando me viesen ingresar una barbaridad de dinero no registrado. Y en un momento de lucidez vi mi respuesta: la rejilla del ascensor, tiré el sobre y os puedo asegurar que la consciencia no me pesó, todo lo contrario, para mi tenia el Nobel de la paz ganado. Así que ahora solo quedaba esperar a que la policía se encargase de que hacer con ese dinero, al fin y al cabo, cualquier cosa iba a ser mejor que lo indicado por ese sobre.

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La situación es un marrón enorme. Hay una tentación brutal cuando te topas con una bolsa llena de billetes; no voy a negarlo ni a ponerme moralista. Al verla por primera vez se te acelera el pulso, vienen ideas rápidas y fáciles: pagar deudas, quitarte el agobio del alquiler, comprarte cosas que siempre has dejado para después. Es normal pensar en eso, porque el instinto de agarrar una oportunidad así es muy fuerte. Igual que es fuerte la imagen de nadie enterándose y de todo resuelto de un plumazo. Pero junto a esa urgencia también aparece la cabeza fría que te recuerda las consecuencias: si te quedas con el dinero estás metiéndote en un marrón legal y ético gordo, y la culpa después no la arregla ni el mejor plan.

Aun así, la sensación de “y si me lo quedo” no desaparece de un día para otro; es humana y honesta admitirla. Lo importante es distinguir entre sentir la tentación y actuar en consecuencia: puedes reconocer que te provoca, hablarlo con alguien de confianza o un abogado y preguntar qué hacer sin quemarte. Avisar a la policía y documentar lo encontrado te protege y te permite dormir por la noche, aunque te joda que la plata pueda acabar donde no quieres. Si al final decides luchar contra el destino que te indigna, hazlo por las vías legales: impugnar un testamento, denunciar irregularidades o montar una campaña. La tentación existe y es válida, pero no convierte en buena idea algo que puede destrozarte la vida. Pero vamos, eso son todo chorradas. Me quedo con la pasta y ya esta.

Mi vecina

 Mi pareja y yo nos compramos un piso nuevo. En nuestro rellano solo había dos puertas: la nuestra y la de una vecina mayor. El día de la mudanza apareció para saludarnos. Era encantadora, de esas personas que te caen bien desde el primer momento. Poco a poco empezamos a cogerle cariño. Siempre tenía algún detalle: nos traía magdalenas, nos daba consejos y nos contaba anécdotas de su vida.


Un día la vi en el pasillo cargando una bolsa de cuero enorme, que parecía pesadísima. Fui corriendo a ayudarla. Mientras esperábamos el ascensor, de repente se llevó la mano al pecho y cayó al suelo. Llamé a emergencias, pero cuando llegaron ya no pudieron hacer nada. Murió allí mismo, delante de mí. Me quedé en shock, porque aunque no era de mi familia, la consideraba casi como una abuela.


Mientras buscaba su documentación para avisar a alguien, abrí la bolsa. Dentro había un montón de billetes, muchísimo dinero, y un sobre con su nombre. En el sobre ponía “últimas voluntades”. Lo abrí con cuidado y lo leí. Decía que quería donar todo su dinero a un partido político de ultraderecha, racista, negacionista del cambio climático y contrario a denunciar la violencia de género. Me quedé helada. No podía creer que alguien tan amable apoyara algo así.


Durante varios días estuve dándole vueltas. Por un lado, sabía que debía respetar su decisión, porque era lo que ella había dejado por escrito. Pero por otro, me parecía terrible que tanto dinero terminara en manos de gente que difunde odio y desprecio hacia los demás.


Al final tomé una decisión. Me quedé el dinero, pero no para mí. Lo doné a una asociación que ayuda a personas en exclusión social y a familias que están pasando por momentos difíciles. Puede que no haya cumplido su voluntad exacta, pero sentí que era lo correcto. Así su dinero no serviría para hacer daño, sino para mejorar la vida de quienes más lo necesitan.


sábado, 25 de octubre de 2025

Mi vecina muerta


Dicen que la traición viene de quien menos te lo esperas…¡Cuanto de cierto hay en esa frase! Puede que el como me sienta no sea traición pero desde luego sí desilusión. Gertru, mi vecina que era un amor falleció el otro día justo delante de mis ojos. 

 Cuando ocurrió estábamos en el ascensor ella llevaba una descomunal bolsa de cuero que para mi sorpresa estaba a rebosar de fajos de billete. Además también había una carta que desearía no haber leído, pues sin darme cuenta me estaba metiendo en un berenjenal. 

En la carta estaban expresadas las últimas voluntades de Gertru, donar todo el dinero a un partido conservador, xenófo y racista. Estaba segura de que primero necesitaría un montón de tiempo para pensar que hacer con la pasta. Así que, cogí el dinero y lo guardé en casa. Por suerte o por desgracia, no fui capaz de apoyar monetariamente a un partido que va en contra de mis valores, pero de esta forma tampoco estaba cumpliendo sus últimas voluntades. Tampoco fui capaz de quedarme el dinero, me sentiría muy culpable…La opción que he acabado tomando es la de donarlo a una organización o proyecto progresista. Si me tiene que llegar el karma, prefiero que sea por no haber concedido las últimas voluntades de una anciana retrógrada, que por haber contribuido al retroceso de la construcción de una sociedad más liberal y progresista.


Mi vecina muerta

No sé si a el universo le hago gracia o simplemente me odia, pero el día que por fin me mudé con mi pareja, la vida decidió darme una lección. Nuestra única vecina era una señora encantadora, de esas que te de las que te dan un táper de lentejas y te cuentan su vida en el ascensor. Nos hicimos amigas enseguida. Pero un día, mientras la ayudaba a cargar una bolsa que parecía llevar ladrillos, la pobre sufrió un ataque y murió en mis brazos. Trágico.

Entonces vi el maletín que estaba lleno de montones de billetes, más dinero del que había visto en toda mi vida. Pero también un sobre con sus últimas voluntades. Quería donar toda su fortuna a un partido político de ultraderecha, de esos que creen que los “moros” solo cobran pagas, pero a su vez les quitan el trabajo. Contradictorio la verdad. 

Me quedé en shock. Podía cumplir su deseo o no. Decidí que no podía quedarme el dinero, pero tampoco permitir que acabara financiando el fin de la humanidad . Así que, con un poco de culpa y temblando de los nervios, saqué el mechero y calciné el papel. Pensé: Al menos he hecho lo correcto, aunque mi cuenta bancaria no opine lo mismo.

El Dinero de mi vecina

Hace unos meses, mi pareja y yo nos mudamos a un piso nuevo.

En el rellano solo había otra puerta, la de una vecina llamada Amaia.

Era una señora mayor, muy simpática y amable.

Desde el primer día se presentó con una sonrisa y nos trajo un bizcocho.

Nos dijo que cualquier cosa que necesitáramos, podíamos contar con ella.


Con el tiempo empezamos a tener más relación.

Subí­a a tomar café con nosotros o nos contaba historias de su juventud.

Se notaba que estaba sola, porque no tenía hijos ni familia cercana.

Yo también disfrutaba de su compañía, era de esas personas que te hacen sentir bien.


Un sábado, mientras bajábamos cajas, la vimos con una maleta muy pesada.

Le ofrecí­ ayudarla y aceptó con una sonrisa.

Al entrar al ascensor, de repente le dio un mareo y cayó al suelo.

Llamamos a emergencias, pero no se pudo hacer nada.

Murió allí mismo, y fue un momento muy duro para mí.


Cuando revisaron su maleta, encontramos mucho dinero y una carta.

En la carta decía que quería donar todo a una empresa de armas.

No podía entenderlo, porque Amaia siempre hablaba de paz y ayudar a otros.

Ahí empezó mi dilema: respetar su voluntad o actuar según mis valores.

Sentía que no podía usar el dinero para hacer daño a otros.


Después de pensarlo, decidí donar el dinero a una fundación de niños necesitados.

Lo hice en su nombre, así su memoria estaría asociada a algo bueno.

A veces hacer lo correcto no es seguir instrucciones al pie de la letra.

Hacer lo correcto es actuar con conciencia y corazón.

Creo que Amaia habrí­a querido que su dinero sirviera para ayudar, no para dañar.


El dinero de mi vecina

Hace poco que me mudé con mi marido a un piso encantador y la verdad es que no sólo por la casa sino que mi vecina también es un encanto. Es una señora mayor que nos conocimos hace unos días pero parece que nos conocemos desde hace mucho tiempo. El otro día nos encontramos en el portal y yo me ofrecí a ayudarle ya que llevaba una bolsa de cuero que parecía pesar mucho. Pero cuando menos me lo esperaba, al llegar al ascensor se desplomó delante mío y terminó muriendo.

En la bolsa que llevaba había una montaña de billetes y una carta en la que decía que su última voluntad era donar el dinero a una partido ultraderecha  xenófoba , negacionista del cambio climático y contrario a denunciar la violencia de género. Nada más lo leí me quedé paralizada, sin saber cómo actuar. 

Tras prensarlo durante un tiempo y comentarlo con mi marido decidimos no cumplir el deseo de nuestra vecina. Aunque pueda parecer injusto no respetar el deseo de una persona fallecida, creo que hay límites morales que deben prevalecer sobre la voluntad individual cuando esta promueve el odio, la desigualdad o la negación de derechos fundamentales.

Entregar el dinero a un partido político en el que defienden ideas totalmente contrarias a nuestros valores, significaría contribuir directamente a que esas ideas se expandan y hagan daño a otras personas. Cumplir la voluntad de la vecina implicaría ser cómplice de ese daño, aunque mi intención fuera solo respetar su decisión. Por tanto, no hacerlo no sería una falta de respeto, sino una forma de proteger valores humanos más amplios, como la justicia y la dignidad.

Así que, lo que decidimos hacer con el dinero y lo que creímos que iba a ser la mejor decisión fue donar el dinero a quien más lo necesitase: ayudar a las personas sin hogar, ancianos que viven solos o apoyar causas sociales. Respetar a alguien no siempre significa obedecerle, y a veces la verdadera forma de honrar a una persona es usar su legado para hacer el bien, aunque ella no lo hubiera imaginado así.

Dinero de mi vecina

 Dinero de mi vecina

Hace un mes al salir de la puerta del piso para ir a trabajar, me encontré a mi vecina Soledad, una señora mayor majísima y adorable, la vi cargada de bolsas y sin dudarlo procedí a ayudarle. Bajando tranquilamente en el ascensor mientras charlábamos, de repente Soledad sufrió un ataque cardiaco, lo primero que hice fue llamar al número de emergencias e intentar hacerle la RCP, pero mi esfuerzo fué en vano. Mientras llegaba la ambulancia vi un fajo de billetes en una de las bolsas, sabiendo que Soledad no tenía a nadie cercano que recibiese su herencia, decidí que antes de que lo recibiese el estado era mejor tenerla yo para saber que hacer con ella después. Metí la bolsa rápidamente en mi casa, y la acompañé hasta que la metieron en la ambulancia, ya sin vida...

Por la noche, con el disgusto tremendo que tenía, abrí la bolsa de Soledad, en ella había una desmesurada cantidad de dinero. Al lado, una carta en la que se expresaba la última voluntad de Soledad: Donar todo su dinero a un partido de ultraderecha.

Antes que cualquiera haga que se cumpla su última voluntad preferiría quemar el dinero de Soledad. Pero como tonto tampoco soy, me lo quedé durante unas semanas pensando y reflexionando sobre qué debía hacer con el dinero. Mi decisión final fue dividirlo. Una parte del dinero fue para comprar una casa sin tener que pedir una hipoteca y como en ese momento estábamos de alquiler nos venía de lujo. Otra cantidad fue para invertirlo y tener la posibilidad de sacar benefícios a largo plazo. Por último, el dinero restante, lo doné a una ONG que ayuda a inmigrantes, porque si fuese por Soledades, ese dinero hubiese ido a un partido xenófobo en contra de ellos.

Dinero de mi vecina

El día que conocí­ a Rosalinda estaba en plena mudanza, con cajas por todas partes y preguntándome cómo mi marído podía guardar tantas cosas inútiles. De repente, se abre la puerta del rellano y aparece ella: una señora mayor, con el pelo blanco y una sonrisa de esas que te hacen sentir en casa.

Desde entonces, nos hicimos muy buenas vecinas. Me traía bizcocho, me contaba historias del barrio, y siempre tení­a algún consejo sobre la vida o sobre como quitar manchas imposibles. Era un amor de persona.


Un día la veo en el pasillo, cargando una bolsa de cuero enorme, que parecí­a pesar más que ella. Viendo que un poco más y se caía cargándola le ayudo a llevarla. Y ella, toda agradecida, me deja acompañarla hasta el ascensor. Pero justo cuando llegamos se desploma. Así, de repente. Yo me quedo en shock, llamo a emergencias, pero no hay nada que hacer. Rosalinda se había ido.


Yo, con el susto todavía en el cuerpo, me quedo con la bolsa ahí, tirada en el suelo. Y claro, la abro pensando que igual tiene el móvil o algo para avisar a alguien pero no. Lo que encuentro es una montaña de billetes y un sobre. Dentro, un papel con sus últimas voluntades.


Y ahí leo que quiere donarlo todo a un partido político de ultraderecha, de esos que niegan el cambio climático, se ríen del feminismo y creen que reciclar es cosa de hippies.


Me quedo mirándolo sin saber si rei­r o llorar. Yo a Rosalinda le tenía mucho cariño pero no sé si sería capaz de hacer eso por ella. Muchos lo primero en lo que pensarían sería en todo lo que podrían comprarse con tal suma. Sin embargo, ese no era mi dinero, era de una persona además ya muerta y no podría vivir con la conciencia tranquila quedándomelo. Otros, cumplirían su deseo, pero aunque ella lo dejara por escrito, no puedo darle esa fortuna a gente que solo va a hacer daño. Así que decidí­ otra cosa: donarlo a una ONG, algo que ayude de verdad. Gente que lo necesite, proyectos que mejoren el mundo, no que lo empeoren. Porque si la vida te da una bolsa llena de billetes, por lo menos que sirvan para algo bueno.

Dinero de mi vecina

 El otro día me pasó algo que seguramente no voy a olvidar por el resto de mi vida. Estaba tranquilamente subiendo en el ascensor de mi casa con mi vecina Justi, que vivía enfrente mio con su hijo. Digo vivía porque mientras subíamos en el ascensor le dio un ataque y murió al lado mio, intente hacer todo lo posible por salvarla mientras la ambulancia llegaba, pero todo intento fue inutil, ya que para cuando llegó la ambulancia no había nada que hacer. Un rato después de que llegase la ambulancia me fijé en que en el ascensor se le cayó un sobre, en este sobre estaba su última voluntad, pero cuando lo leí no lo pude creer. Su última voluntad era donar su inmensa fortuna a un partido de ultraderecha.


No podía creer que Justi, quien desde el primer día nos trató genial y con mucha amabilidad tuviese esa ideología política, definitivamente era la última persona que habría creído que apoyaba a la ultraderecha. Tenía que decidir qué hacer con todo ese dinero, lo único que tenía claro es que no podía cumplir con su última voluntad ya que lo último que haría sería fallar a mis principios y valores. Tras una tarde pensándolo encontré la manera de utilizar ese dinero. Una la he donado a una organización benéfica para apoyar una buena causa. La otra mitad la he dividido, una parte la he invertido para que así en unos años esa cifra de dinero aumente, y con la última parte mi mujer y yo nos hemos comprado una casa más grande y más céntrica. 


Lo mejor es que la historia no termina aquí, dos semanas después del suceso del ascensor nos encontramos con el hijo de Justi, él nos dijo que había pasado algo muy raro con la última voluntad de su madre, alguien se había llevado todo su dinero, al escuchar eso empecé a ponerme un poco nervioso, pero seguí escuchando para ver que decía. Dijo que sabía quién se lo llevó, el conductor de la ambulancia, al escuchar esto la calma volvió a mi. Desde ese día no me he vuelto a encontrar con él y la verdad es que lo agradezco porque cada vez que le veo me viene a la cabeza el suceso del ascensor.


El dinero de mi vecina

 María Cruz, mi vecina y amiga desde hace apenas unos meses, ha muerto. Estaba con ella cuando ocurrió. Llevaba una bolsa llena de billetes: quería entregarlos a un partido político completamente opuesto a mis ideales. Era su última voluntad. Ella no tenía a nadie más, así que ahora soy yo quien debe decidir qué hacer con ese dinero. ¿Debería dejar a un lado mis creencias y cumplir su deseo, o seguir mis ideales y destinarlo a otro lugar?


Han pasado ya dos semanas desde su muerte, y los billetes siguen en mi casa, esperando a que tome una decisión. Por un lado, quiero entregar ese dinero: ¿quién soy yo para desobedecer los últimos deseos de una persona que confió en mí? No tengo derecho a apropiarme de algo que no me pertenece. Lo correcto sería cumplir su voluntad.


Pero por otro lado, no puedo dejar de pensar en el destino de ese dinero: un partido político que promueve el retroceso social, que quita derechos, que fomenta la intolerancia. Entregarlo sería contribuir, aunque sea indirectamente, a una causa en la que no creo y que considero dañina para la sociedad.


Sé que lo que voy a hacer no es del todo ético ni moral, pero ya he tomado una decisión. Camino ahora con la bolsa llena de billetes, no hacia la sede de ese partido, sino hacia una organización de ayuda humanitaria. No es que me sean indiferentes los deseos de María Cruz, pero mi conciencia me impide financiar aquello que considero injusto, aunque el dinero no sea mío. Si ese dinero puede servir para mejorar vidas en lugar de destruirlas, creo que es ahí donde debe ir.


No me siento orgullosa de lo que he hecho, pero prefiero cargar con la culpa de no haber cumplido los últimos deseos de una anciana, que con la de haber apoyado a un partido que defiende la xenofobia, el machismo, la homofobia y tantos otros retrocesos contra los que tanto nos ha costado avanzar.

Mi vecina muerta Mi pareja y yo acabábamos de mudarnos. En nuestro piso solo había dos puertas: la nuestra y la de una vecina mayor. La con...