En primer lugar, calificar los descubrimientos científicos como meras modas resulta absurdo. Más aún, cuando se habla de teorías con más de un siglo de existencia, como la teoría de la evolución. Por tanto, reducirla a una tendencia pasajera carece de rigor intelectual. Y no quiero entrar a valorar si las afirmaciones sobre filósofos y científicos son verdaderas, ya que no dispongo de la información necesaria. Lo que sí debo señalar es que tales afirmaciones me resultan sorprendentes.
Por otra parte, en cuanto al aborto, considero inaceptable que los argumentos religiosos se utilicen para posicionarse a favor o en contra. Un asunto de esta relevancia social y legal no puede decidirse en función de creencias basadas en la fe. Al fin y al cabo, la fe no se apoya en demostraciones científicas. En consecuencia, no puede servir como base para limitar el derecho de una mujer que no desea ser madre a interrumpir su embarazo.
Ahora bien, esto no significa un rechazo a la religión. De hecho, la religión puede tener sentido cuando aborda cuestiones que van más allá de lo que la ciencia puede explicar. Sin embargo, lo que no debe ocurrir es que una explicación religiosa sustituya o invalide una teoría científica. Mucho menos que esto suceda en el ámbito educativo.
De hecho, la historia demuestra que basar la educación exclusivamente en la religión y apartar los avances científicos provocó un notable retraso intelectual en países como España. Por tanto, repetir ese modelo supondría un grave error.
Finalmente, la educación no debe entenderse como una elección puramente individual. Aunque los padres tengan un papel importante, la formación de un niño repercute en toda la sociedad. Por ello, dicha educación debe orientarse al modelo más útil y eficaz, con el objetivo de formar ciudadanos competentes y garantizar el progreso del país.
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