Los grafitis están considerados —y yo también los considero— una forma de arte. Sin embargo, solo lo son cuando se realizan en un espacio permitido o destinado específicamente a ello. La palabra vandalismo me parece que define bien estos actos cuando se hacen de manera ilegal. Pintar grafitis en la pared de una comunidad genera muchos costes económicos y obliga a que personas que no tienen ninguna culpa tengan que pagar por algo que no han hecho. En el espacio público ocurre lo mismo: los grafitis suponen un gasto considerable de dinero público.
Sin embargo, hay momentos en los que me parecen necesarios. Ante injusticias, muchos grafitis llaman la atención y hacen que cualquiera que pase por la calle sea consciente del mensaje que quieren transmitir. Esos son los grafitis que, de verdad, me parecen útiles. Los que son únicamente firmas, en cambio, me lo parecen mucho menos y pienso que sigue siendo arte pero no me parece bien hacerlo en sitios donde pueda molestar a propietarios.
En mi comunidad lo han hecho en repetidas ocasiones en la fachada del edificio. La primera vez, después de bastante tiempo con el grafiti pintado, lo asumió el ayuntamiento. La solución fue pintar la fachada con un tono de gris totalmente distinto al original, lo que provocó un cuadrado de gris oscuro sobre una fachada de un gris más claro. La segunda vez, la comunidad decidió limpiarlo por su cuenta, porque se prefería eso a la chapuza que hizo el ayuntamiento.
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