Hace poco que me mudé con mi marido a un piso encantador y la verdad es que no sólo por la casa sino que mi vecina también es un encanto. Es una señora mayor que nos conocimos hace unos días pero parece que nos conocemos desde hace mucho tiempo. El otro día nos encontramos en el portal y yo me ofrecí a ayudarle ya que llevaba una bolsa de cuero que parecía pesar mucho. Pero cuando menos me lo esperaba, al llegar al ascensor se desplomó delante mío y terminó muriendo.
En la bolsa que llevaba había una montaña de billetes y una carta en la que decía que su última voluntad era donar el dinero a una partido ultraderecha xenófoba , negacionista del cambio climático y contrario a denunciar la violencia de género. Nada más lo leí me quedé paralizada, sin saber cómo actuar.
Tras prensarlo durante un tiempo y comentarlo con mi marido decidimos no cumplir el deseo de nuestra vecina. Aunque pueda parecer injusto no respetar el deseo de una persona fallecida, creo que hay límites morales que deben prevalecer sobre la voluntad individual cuando esta promueve el odio, la desigualdad o la negación de derechos fundamentales.
Entregar el dinero a un partido político en el que defienden ideas totalmente contrarias a nuestros valores, significaría contribuir directamente a que esas ideas se expandan y hagan daño a otras personas. Cumplir la voluntad de la vecina implicaría ser cómplice de ese daño, aunque mi intención fuera solo respetar su decisión. Por tanto, no hacerlo no sería una falta de respeto, sino una forma de proteger valores humanos más amplios, como la justicia y la dignidad.
Así que, lo que decidimos hacer con el dinero y lo que creímos que iba a ser la mejor decisión fue donar el dinero a quien más lo necesitase: ayudar a las personas sin hogar, ancianos que viven solos o apoyar causas sociales. Respetar a alguien no siempre significa obedecerle, y a veces la verdadera forma de honrar a una persona es usar su legado para hacer el bien, aunque ella no lo hubiera imaginado así.
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