Nos acabábamos de mudar a un piso nuevo y en el rellano solo estaban nuestra puerta y la de una vecina. Al principio la saludaba de vez en cuando, pero con el tiempo me di cuenta de lo maja que era: simpática, cercana, siempre con una sonrisa. Empezamos a llevarnos bastante bien, y acabamos siendo muy cercanas.
Un día la vi cargando una bolsa de cuero enorme, súper pesada. Como sabía que no tenía a nadie para que la ayudara, me ofrecí a acompañarla en el ascensor. Y de repente, sufrió un ataque y murió delante mío. La bolsa que ella tenía en las manos se cayó al suelo, y me di cuenta de que estaba llena de dinero y un sobre. No sabía que hacer, así que cogí el sobre y vi que estaban escritas sus últimas voluntades: quería donarlo a un partido político de ultraderecha con ideas que no solo no comparto, sino que incluso me parecen dañinas e injustas.
Ahí me pilló el dilema. Cumplir su voluntad significaba que ese dinero iría a algo que considero malísimo, pero quedármelo sería muy egoísta de mi parte. Después de pensarlo un rato, decidí que lo mejor era usar ese dinero para algo bueno: ayudar a quien lo necesita, apoyar proyectos que realmente sirvan para mejorar cosas importantes…
Aunque no fuera lo que ella quería, no podía permitir que ese dinero fuera a parar a un partido así. Simplemente me negaba a formar parte de eso, y preferí darle un uso que realmente ayudara a alguien.
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