A través de canciones conectamos con recuerdos, personas y sentimientos vividos. A mi en concreto, Flaca de Andrés Calamaro me transporta en cuerpo y alma a un momento inolvidable.
Subidos a la furgoneta un día perdido por julio hace 2 años, con cuatro cosas en la mochila, fijamos nuestro destino: Asturias. No había nada planeado, tampoco nos importaba, sabíamos que lo único que necesitábamos estaba a nuestro lado durante el viaje. El trayecto empezó muy tranquilo, tan solo éramos mi aita y yo, hablando de la vida sin saber ni donde íbamos a parar a dormir. Una playa tal vez, una colina…o algún pueblito olvidado. Me pasé la mayoría del viaje admirando como iban cambiando las vistas por la ventana del copiloto. Para cuando me di cuenta ya estábamos en tierras asturianas, y como no, lo primero que hicimos fue comernos un grasiento cachopo. Con la tripa llena y una sonrisa en la cara pusimos rumbo a la costa.
Viajando por carreteras recónditas lo único que nos rodeaba era verde. Ventanillas bajadas y el viento sacudiéndonos. El silencio nos acompañaba, ninguno de los dos decíamos nada, nos dedicábamos a observar nuestro alrededor; sabíamos de sobra lo que el otro pensaba; que éramos unos suertudos. Saqué la cabeza por la ventanilla dejando sentir el viento en mis mejillas; fue en ese instante cuando empezó a sonar esa introducción tan característica de la canción, los dos nos miramos sorprendidos porque nunca habíamos escuchado la canción juntos. A medida que la canción iba sonando, empece a sentir que la melodía acompañaba las curvas de la carretera a la perfección, los dos cantábamos gozosos, disfrutando el uno del otro. Cuando quedaba poco para que acabara la canción, el mar empezó a asomarse delante nuestro, haciendo ese momento aun más especial. La canción llegó a su fin, pero sabíamos que aquella aventura no había hecho más que empezar. Por supuesto, la canción no dejó de sonar en todo el viaje.
Así fue como una canción que no tenía nada de especial empezó a significar algo para mí
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