El otro día tuve que enfrentarme a una situación tan difícil que no se lo desearía a nadie. La vecina de al lado, una señora que nunca tenía problema en dejarme sal cuando se me acababa, de decirle buenos días cuando me veía en el rellano y de preguntarme siempre a ver qué tal estaba mi marido, se murió delante mío.
Yo volvía del trabajo, y allí estaba Paquita, abriendo la puerta del portal. Se veía cansada con la cara bastante pálida, le pregunté qué le pasaba y decía que simplemente se encontraba un poco mal, pero que estaría bien.
Llevaba una gran bolsa, se veía que le costaba bastante cargarla. Por ello me ofrecí ayudarle y la compañera al ascensor para subir a su casa, de repente a la pobre mujer le dio un ataque que la dejó fulminante en el suelo. Me dispuse a dejar la bolsa para llamar a la ambulancia, cuando la dejé en el suelo, algunas de las cosas que había dentro se cayeron mostrando el contenido de la bolsa. Estaba llena de dinero, habría unos 100.000 € fácilmente, además, también había una carta. Sé que no debí haberlo hecho, pero la curiosidad me invadió y la abrí.
En esa carta Paquita había escrito sus últimas voluntades. Resulta que tenía ideas que yo desconocía. La mujer tenía intención de dar todo ese dinero a una organización política, hasta ahí todo bien, que cada uno tenga la idea política que crea correcta. Pero la situación se volvió más peliaguda cuando vi a qué partido político quería destinar ese dinero. Resulta que iba a ir para un partido de ultraderecha que apoya ciertas causas que a mí me parecen impensables. ¿Que hago?, pensé.
Pensé en Paquita y en las veces que me había regalado buenos momentos, lo amable que era y el aprecio que le había tenido en vida. Paquita, a pesar de sus aparentes ideales me había parecido una buena mujer. Yo, a pesar de mis opiniones contrarias, creí ser quién para quedarme con el dinero o decidir qué hacer con él, ya que no me pertenecía.
Como yo estaba completamente negada a ir por mi propia cuenta a la sede del grupo político, decidí llamar a la policía y que ellos, junto con el notario, hicieran cumplir la última voluntad de la señora, pero yo no quería tener nada que ver.
No me hacia gracia, claro está, pero menos gracia me hacía decidir qué hacer con ese dinero, porque me parecía una falta de respeto hacia la difunta, a la que, al fin y al cabo, tanto quería. Este no deja de ser un mundo libre, en el cual se puede tener opiniones contrarias, pero no se puede juzgar a las personas ni obligarlas a pensar de una forma u otra, aunque la nuestra manera nos parezca mejor.
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