Eran las Navidades de 2018 y por mi cabeza solo rondaba saber la verdad. En mi clase, todos decían: “los Reyes Magos son los padres”. Pero yo estaba convencida de otra verdad: “los Reyes Magos venían de Oriente y llevaron regalos al hijo de la Virgen María”. ¿Cómo iba a ser eso mentira?
No pensé mirar en internet, preferí encontrar la verdad en personas más fiables: mis padres. Mi madre me dijo: “no, Marina, eso se dice todos los años, ya verás cómo si confías, te traerán más regalos”. Yo todo esto no me lo creí en absoluto. Así que decidí ir a donde mi hermana mayor, y me contestó: “hazme caso, Marina, eso también lo decían los de mi clase y era mentira”.
Como tercera opción decidí hacerle el interrogatorio a otra persona, esperando recibir otra contestación diferente. Esta vez, mi objetivo era el padre de mi madre. Me senté con él, le mire firmemente a los ojos y le dije: “necesito saber la verdad, ¿los Reyes son los padres?”. Él ni se asombró. Con la mejor sonrisa me respondió: “Sí, pero es la mentira más bonita, ¿no te lo parece? Esa es la gracia de la Navidad”. Por fin sabía la verdad! Pero no podia permanecer callada.
Como toda niña de 10 años, me dirigí a donde mi madre gritando emocionada: “LO SÉ, LO SEÉÉÉ! Aitite me ha dicho la verdad!” Mi madre se acercó donde estaba él y le miró con cara de enfado, no se lo podia creer. Pero mi aitite persistió en lo bonito y mágico de la mentira, en la mentira mantenida generación tras generación por el bien de los niños, en el secreto ahora compartido conmigo y en mi deber de mantenerlo con mis primos menores. Yo estaba feliz, no implicó decepción por saber la verdad, sino alegría por compartir el secreto de los mayores.
Desde entonces, si mis primos indagan sobre el tema y está mi aitite cerca, nos echamos miradas recordándonos el secreto revelado hace ya más de 7 años. Y si dentro de varios años me interrogan a mí, responderé como lo hizo mi aitite.
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