Hace varios meses salí con mi familia de Bilbao a Madrid temprano en la mañana, teníamos como destino Brasil. Madrid permanecía en calma y el aire fresco me animaba. Llevaba en la maleta algo de ropa, libros y comida. Como el viaje era largo decidí dormir. Horas más tarde, observé cómo el cielo cambiaba de colores, de naranja a rosa, y de rosa a violeta. Cada vez, amanecía más rápido.
Al aterrizar en Río de Janeiro, el calor se hizo sentir al bajar del avión. La región estaba llena de habitantes, bicicletas, y el tráfico era constante. Todo parecía moverse rápido y con vida. Caminamos hacia el hotel, que estaba cerca de la playa. Apenas dejamos las maletas, salimos a caminar por la arena. Sentí la brisa, oí las olas romper y escuché las risas de los niños.
Al próximo día, decidimos ir al teleférico. Al llegar, las vistas me dejaron sin aliento. La zona era increíble, montañas verdes y mar brillante. Todo se podía ver y era inmenso y lleno de color.
Más tarde, exploramos mercados, plazas, barrios y el jardín botánico. Además, probé comidas típicas como el brigadeiro y la feijoada, y aprendí varias palabras en el dialecto de Brasil. La gente local era amable, siempre nos sonreían y nos daban la bienvenida las veces que entrábamos en tiendas.
Al final del viaje, mientras regresaba, sentí nostalgia y alegría a la vez. Brasil me había dado experiencias intensas que jamás olvidaré. Cada momento parecía real, especial, y todavía tengo en mi memoria los colores, sonidos y sensaciones de esos días.
No hay comentarios:
Publicar un comentario