Era un día normal de verano en Isla Canela cuando decidimos coger todos los del grupo nuestras tablas de pádel surf. Estábamos emocionados ya que justo en la misma semana habíamos llegado todos los del grupo a aquel sitio. Solemos ir la primera quincena de agosto, época cuando mas gente hay y mas calor hace.
Isla Canela es un lugar en Andalucía donde todos los del grupo hemos pasado los veranos desde pequeños y donde a lo largo de los años nos hemos ido conociendo. No es difícil conocer a mucha gente, ya que es un sitio donde hay decenas de urbanizaciones juntas a un paso de la playa, por lo que coincidir con las mismas personas varias veces a la semana es algo bastante fácil. Las temperaturas suelen alcanzar los treinta y cinco grados por día, es más, en todos los años que he ido nunca ha llovido en esas fechas. Es cierto que algún año han habido rayos, pero nunca lluvia.
Era un martes al mediodía cuando uno del grupo escribió por un grupo que a la una y media todos tendríamos que ir a la playa con nuestras tablas. Había dos amigas que querían ir juntas, por lo que yo les dejé la mía y me subí con dos amigos, ya que su tabla era enorme y entrabamos los tres. Al principio todo fue bien. Nos subimos a ella y fuimos todos a la zona donde habían unas boyas. Allí, cronometrábamos cuanto duraba cada uno encima de ellas y al que más durase, cada persona debía pagarle un euro. Después, cada uno se fue alejando ya que empezamos a ver cada vez más y más medusas. Algunos jugaban a tirárselas y otros decidieron huir al igual que nosotros. Al cabo de una hora nos encontrábamos excesivamente alejados de la orilla y por un movimiento inesperado del mar se nos cayó el remo al agua. Mi amigo intentó cogerlo pero el remo se hundió rápido. Cuando los de nuestro grupo vieron que nos estábamos alejando cada vez más de la playa decidieron llamar a los socorristas.
Finalmente, dos socorristas vinieron a rescatarnos en una lancha. Ataran la tabla a la parte de atrás y nos montamos en la lancha. En ese momento estábamos bastante asustados, ya que pensábamos que nuestros padres nos reñirían. A día de hoy, lo recordamos como una anécdota graciosa.
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