Texto sin la i

Es verano, en el entorno se puede escuchar el canturreo de los pájaros que vuelan a través de los frondosos árboles que se tambalean a la vez. El temporal dentro y fuera del coche, es sofocante y abrasador, pero se va refrescando poco a poco cuando nos adentramos en el bosque. La casa se encuentra en un claro que deja entrar unos rayos de luz y crea un aura deslumbrante en los alrededores de la casa. Aparcamos en el garaje que se encontraba en una caseta alejada. Antes de entrar en casa y deshacer las maletas, optamos por dar un paseo por un sendero, el que todos los veranos recorremos, que dura más o menos un cuarto de hora y nos lleva de vuelta a casa. El paseo es muy llevadero. Aprovechamos para hablar, observar el paraje y recordar anécdotas agradables de otros veranos en ese lugar.

Llegamos a casa y sacamos todo de las maletas y bolsas, en tanto se nos hace de noche y nos entra el hambre. Por ello, cogemos las llaves y nos metemos de nuevos en el coche y vamos al pueblo más cercano en busca de un restaurante donde cenar o un supermercado en el que comprar la cena. La aldea a la que llegamos está abarrotada de gente local y otra gente que pasaba la semana en el pueblo. 

De tanta gente que pasea encontrar lo que buscamos era muy complejo. No obstante, encontramos un restaurante muy acogedor que nos atrajo por el entorno local que mostraba. Las luces son tenues, apenas desprenden luz, y estaba a rebosar, con grupos de gente pasando un momento muy agradable a la par que saborean los platos que desprender un olor estupendo. Nos sentamos en una mesa en el fondo de la tasca y nos toman la comanda. Cuando, terminamos de cenar, que estaba excelente y no nos defraudó, volvemos a casa. Al estar muy cansados nos vamos a la cama para descansar y, de ese modo, mañana temprano podamos deshacer las maletas y pasar lo que quede de mañana en el lago pescando.