Mi amigo y yo siempre hemos tenido ideas políticas muy contrarias: él, progresista, y yo, conservador. Aún así, esto no ha supuesto nunca ningún problema para nosotros. Pero el otro día en una cena pasó algo que me dejó absolutamente descolocado. Su hijo de 17 años, soltó un comentario muy fuera de tono hacia el presidente del gobierno. Dijo: “al hijo de puta del presidente del gobierno habría que meterle dos tiros”. Su padre, o sea, mi amigo, lejos de pararle los pies y corregirle por ese comentario, le rio la gracia.
Ante esa situación yo no me pude quedar callado. Con mucho respeto me dirigí a mi amigo y le dije a ver si no pensaba que ese comentario estaba absolutamente fuera de lugar. Aunque tengamos ideas políticas contrarias, tenemos algo muy claro en común: que rechazamos la violencia en cualquiera de sus formas y reír un comentario así (aunque seguramente el chaval no lo pensaba tal cual) era una forma de apoyarlo.
Ahí empezamos una discusión sobre si en una democracia todo se puede decir y todas las ideas son respetables. Y yo claramente defendí que no. Después de un rato debatiendo, mi amigo me acabó dando la razón: no todas las ideas son respetables y, sobre todo, hay que tener mucho cuidado con las ideas que manifiestan los adolescentes, porque muchas veces dicen cosas fuertes aunque no las piensen para sentirse el centro de atención. Así que un debate sobre un tema politico derivó en un debate sobre la educación de los adolescentes, donde claramente los dos estamos de acuerdo en todo.
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