domingo, 30 de noviembre de 2025

Ideología política

La reunión transcurría con la naturalidad de siempre: anécdotas, recuerdos y buena comida. Entre platos y conversaciones, la política, inevitablemente apareció, como tantas otras veces entre viejos amigos. Las discrepancias ideológicas nunca habían sido un problema serio, aunque en los últimos años el tono de mi amigo se había vuelto más radicalizado. El ambiente seguía relajado hasta que su hijo, un chaval de 17 años, interrumpió la conversación con una frase que cayó como un golpe seco:

“Al hijo de puta del presidente del gobierno habría que meterle dos tiros.” La mesa quedó en silencio durante un instante y yo me quedé inmóvil, más por incredulidad que por enfado. Sabía que no le caía bien el presidente, sabía que su padre tampoco lo respetaba, pero escuchar aquello, con tanta naturalidad y violencia, me impactó. Lo peor vino después. Su padre, mi amigo de tantos años, sonrió y respondió en tono de broma:
“Venga, que con uno basta.”. Y ahí supe que tenía que intervenir. Respiré hondo y hablé con calma, mirando primero al chico:
“Sé que puedes no estar de acuerdo, igual que todos, pero desear la muerte de alguien no es libertad de expresión; es cruzar un límite que nunca deberíamos traspasar. La democracia se defiende con argumentos, no con muertes, y mucho menos desde la mesa de una familia.” Luego miré a mi amigo:
“Siempre he respetado que pensemos distinto, todos aquí lo saben. Pero normalizar la violencia, y más delante de nuestros hijos, no es política: es un error grave. Hoy sí se ha cruzado una línea.”

El silencio volvió, tenso pero necesario. Los adolescentes miraban a ambos lados, midiendo las reacciones de los adultos, intentando entender qué se hacía en una situación así. No quería dejar la escena en un choque brusco que solo generara más incomodidad o miedo; quería convertirlo en una lección.Respiré despacio y añadí con un tono más suave pero firme:
“Mirad, chicos. Discutir, enfadarse con la política o con los políticos, es normal. A veces todos decimos barbaridades cuando algo nos molesta. Pero cuando hablamos de personas, hasta de quienes no nos gustan nada, tenemos que saber dónde está el límite. Las palabras importan.” Me giré otra vez hacia el hijo de mi amigo, de manera relajada: “Y te lo digo sin regañarte: tú eres joven, tienes criterio y energía, y eso es fantástico. Pero justo por eso te conviene aprender desde ya que la fuerza de tus ideas no necesita violencia. Lo que digas hoy os marca a todos los que estáis creciendo en esta mesa.” Noté que los chavales bajaban un poco la guardia, atentos, sin sentirse atacados:
“Al final, lo más importante es que sepamos convivir pensando distinto y respetando a cualquiera, guste o no guste. Porque eso, es lo que creauna sociedad sana y también una familia y una amistad.” La tensión se aflojó. Alguien sirvió agua, otro hizo un comentario neutral para cambiar de tema y poco a poco la conversación volvió al terreno seguro. Pero había quedado claro, sin gritos ni humillaciones, dónde estaba el límite.


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