sábado, 18 de octubre de 2025

Discomanía

Cada verano, cuando llegaban las fiestas del pueblo, sabíamos que era el momento más esperado del año. Nos juntábamos toda la cuadrilla en la plaza, riéndonos por cualquier tontería y con ganas de que empezara todo. Siempre había alguien que decía: “¡Pon la de Extremoduro!” y todos sabíamos cuál venía. Entonces sonaba La vereda de la puerta de atrás y en ese momento comenzaba la magia. La canción tenía algo especial, era como nuestra, como si hablara de nosotros sin conocernos.

Aunque muchos no entendíamos bien la letra, la cantábamos a gritos como si fuera un himno. Recuerdo que la primera vez que la escuché bien fue con 12 años, en medio de la verbena. Había luces por todas partes, la música a tope y una alegrí­a que no se puede explicar. Nos abrazábamos unos a otros mientras saltábamos, sin pensar en nada más que en disfrutar. Esa noche, como muchas otras, acabamos en la vereda que pasa por detrás de la plaza. Nos sentamos en el suelo, con los altavoces junto a nosotros y la canción sonando otra vez de fondo. Hablábamos de la vida, de nuestras cosas, de lo que queríamos hacer cuando todo eso acabara.

Pero en realidad, nadie quería que acabara nunca, queríamos quedarnos en ese momento para siempre. La canción hablaba de marcharse, de no mirar atrás, pero nosotros solo pensábamos en quedarnos. Cada vez que la escucho ahora, me vienen todos esos recuerdos de golpe. Las risas, las fiestas, los abrazos, los nervios antes de bajar a la plaza con la cuadrilla. También recuerdo las primeras veces que la cantaba con mis amigos, que me enfadé, que sentía que era libre. Todo eso estaba mezclado con esa canción que parecía seguirnos a todas partes.

Por eso La vereda de la puerta de atrás es mi canción, la que me ha marcado, de alguna manera. No es solo por la música, sino por todo lo que viví mientras sonaba. Es la canción que me recuerda a las fiestas, al verano y a muchos de mis mejores momentos. Aunque pasen los años, cuando la escucho, todo vuelve como si no hubiera pasado el tiempo. Y por un rato, vuelvo a estar ahí, con los míos, en la plaza, bajo las luces de colores. Con la misma canción, las mismas ganas, y ese sentimiento que no se puede explicar. Porque a veces, una canción no solo se escucha... también se vive.


https://youtu.be/43S_qfT6vpo?si=m3qc6cbkeAXFZjTg


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