"Aquellas cosas que solíamos hacer" de Benito Kamelas es, sin duda, la canción de mi vida. No solo por la música o la letra, sino por todo lo que me recuerda. Cuando era pequeña, mi tía siempre la ponía en el coche cuando íbamos al pueblo, San Martín de Losa, un rincón perdido en Burgos que para mí es el mejor lugar del mundo.
Yo iba sentada delante, mirando por la ventana mientras el aire me daba en la cara. Mi hermana iba detrás, con el perro de mi tía. Siempre era igual: misma carretera, misma canción, mismas ganas de llegar. Esa canción marcaba el comienzo de la mejor época del año. Sabía que en cuanto sonara, estábamos cerca del pueblo, y con él, de los días felices.
Allí nos esperaban los juegos, las tardes largas, las noches tranquilas y la libertad que solo se siente en verano. Era un momento mágico. Y aunque han pasado los años, cada vez que escucho esa canción me transporta a esos viajes, a esas risas, a esa sensación de estar exactamente donde quería estar.
Podría haber sido otra canción, sí. Pero fue esa. Porque mi tía la elegía, porque nos hacía felices, porque era nuestra. Y ahora, cada vez que suena, cierro los ojos y vuelvo a ser esa niña en el coche, camino a mi lugar favorito, con el corazón lleno de ilusión.
Y por eso, cada vez que suena, me trae una calma especial, como si por un momento todo volviera a estar en su sitio. Ninguna otra canción me hace sentir igual. No importa dónde esté ni lo que esté haciendo: al escucharla, todo se detiene y vuelvo a ese coche, a esa carretera, al aire fresco entrando por la ventanilla. Me devuelve a mi familia, a mi infancia, a esa sensación de libertad que parecía no tener fin. Es como un abrazo del pasado que me acompaña siempre, aunque hayan cambiado tantas cosas. Porque algunas canciones no solo se escuchan, se viven, y esta es la mía.
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