Como estudiante de 2ºde Bachillerato que soy, mi presupuesto y mi tiempo libre son limitados. Así que, cuando vi la empanada de Eroski, pensé : "¡Aleluya ! Cena rápida, barata y sin complicaciones". En ese momento fui una absoluta ilusa.
La empanada estaba en la vitrina, dorada y apetitosa, como un espejismo en el desierto, como si no hubiesen bañado en aceite de bebé de lo mucho que brillaba ( en ese momento tenia muy buena pinta, pero no sabía lo que me esperaba). La compré con la esperanza de una noche tranquila viendo una película en Netflix, pero lo que obtuve fue una aventura culinaria digna de ser grabada.
Al llegar a casa, calenté la empanada y me preparé para comérmela. El primer bocado fue... impactante. Una explosión de sal invadía mi boca, como cuando vas a echar un poco de sal al puré, pero el salero está mal cerrado y se te acaba cayendo toda la sal en el puré . ¡Madre mía!
Intente tragar, pero era como comer arena del Sahara. Tuve que correr a la nevera y beber medio litro de agua de golpe. ¿Sabéis ese sentimiento que tenéis en la boca después de haber comido muchas pipas? Pues en ese momento algo parecido estaba sintiendo. Después de ese primer bocado, ya sabía que la cosa iba a ir mal, pero quise darle una segunda oportunidad. Error. El segundo trozo estaba aún peor. La masa, que en la vitrina parecía crujiente, resultó ser una mezcla rara entre chicle y cartón. Y el relleno bueno, llamarlo relleno es ser generosa. Era una pasta indefinida, con algo que supuestamente era atún y unas cuantas tiras de pimiento que sabían a todo menos a pimiento.
Cada vez que intentaba darle otro mordisco, me arrepentía un poco más de no haberme hecho un simple sándwich. Encima, dejaba una capa de grasa en los dedos que ni con tres servilletas se quitaba. En ese momento entendía por qué estaba tan brillante en la tienda: no era un reflejo del horno, era puro aceite.
Al final, la empanada terminó en la basura y yo terminé cenando cereales
Valoración: 2/5 estrellas.
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