Eran las 6 de la mañana de un doce de agosto cuando me levanté, pensé que era menester comer algo para desayunar, ya que el hambre me mataba por dentro y no aguantaba más. Tras abastecerme con una taza de leche, unas galletas y unos trozos de pan, me acosté en el cómodo sofá del salón, localizado al lado derecho de la mesa. Entonces, me puse a ver el teléfono y me percaté de que llamaron a mi número repetidas veces durante la noche. Cómo es común, llamé de vuelta al desconocido número. Me colgó la llamada al de un segundo y pensé que era muy extraño que me colgara en tan pocos segundos. Por lo tanto, llame una y otra vez al desconocido número hasta que me hablara de vuelta.
Al de alrededor de ochenta y nueve llamadas, el extraño sujeto me llamó antes que yo. Naturalmente, no le colgué, y me contó que se encontraba en un enorme percance del cual no era capaz de escapar. Le pregunté de que se trataba y su respuesta me dejó anonadado. Me contó que fue parte de una secta y ahora estaba endeudada con ella. Por ello, estaba en busca y captura. Le pregunté por qué me llamó, ya que yo no tengo nada que ver con aquella secta de la que me hablaba. Me contestó que yo era su héroe y que llevaba años buscándome para que le ayudara con la deuda.
Le pregunté por qué me llamaba un héroe y se puso a relatar un bello recuerdo en el que un corpulento y musculoso monstruo de las cavernas le salvó de ser ejecutado por la secta. Desafortunadamente, le tuve que confesar que yo no era el hombre que buscaba, pero que probablemente era una persona cercana que yo conozco. De esta forma, el desconocido pudo contactar con Telmo y fue salvado de nuevo, terminando de saldar la deuda que le atormentó durante tantos años.
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