La reciente polémica originada por las declaraciones del exministro Mayor Oreja, quien afirma que el creacionismo está ganando terreno entre la comunidad científica, resulta difícil de sostener. La evidencia científica acumulada durante más de un siglo respalda de forma abrumadora la teoría de la evolución de Darwin, mientras que el creacionismo se basa en creencias religiosas que no pueden verificarse mediante métodos empíricos. Por ello, considero inadecuado presentar ambas posturas como equivalentes en términos científicos o dar a entender que existe un debate académico real en este ámbito.
Respecto a la educación pública, creo que los padres tienen derecho a transmitir sus valores y creencias en el ámbito familiar, pero no a decidir qué contenidos científicos se enseñan en las escuelas. La enseñanza pública debe garantizar conocimientos rigurosos, contrastados y universales, que permitan a todos los estudiantes acceder a un futuro académico y laboral en igualdad de condiciones. Incluir en el currículo escolar explicaciones no científicas como alternativa a teorías consolidadas no solo supondría comprometer la calidad educativa, sino también generar confusión entre los alumnos y socavar la comprensión del método científico. La escuela debe ser un espacio donde se forme el pensamiento crítico y se enseñe a distinguir entre hechos, interpretaciones y creencias, no un terreno para sustituir el conocimiento por convicciones particulares.
En cuanto a quienes proponen el creacionismo como explicación del origen humano, considero que pueden mantener esa creencia en el ámbito personal o religioso, pero no imponerla en el plano científico o educativo. Ciencia y religión pueden convivir, pero no deben confundirse sus ámbitos ni sus métodos. La primera busca explicar la realidad mediante la observación y la evidencia; la segunda aborda cuestiones de sentido, espiritualidad y valores.
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